Pichetto, la viveza criolla y el pequeño Bolsonaro que llevamos dentro
Nuestra clásica viveza criolla encontró su nuevo axioma, fruto, como casi siempre, del humor negro (esta vez frente a la pandemia). Dice así: “Conmigo no, eh, que yo veo detrás de los barbijos”. Porque nosotros sí que la tenemos clara y nadie le va a venir a papá mono con bananas verdes…
Nuestra clásica viveza criolla encontró su nuevo axioma, fruto, como casi siempre, del humor negro (esta vez frente a la pandemia). Dice así: “Conmigo no, eh, que yo veo detrás de los barbijos”. Porque nosotros sí que la tenemos clara y nadie le va a venir a papá mono con bananas verdes…
Hace cinco meses, cuando llegó la novedad del coronavirus pero acá todavía no pasaba prácticamente nada, los balcones urbanos se llenaban de gente muy emocionada que aplaudía al personal de Salud por una epopeya que, en realidad, aún no había protagonizado.
El bicho recién estaba viniendo por avión desde los mismos lugares de donde nos llegaba, por la tele y las redes, el ejemplo balconero de solidaridad con médicos y enfermeros que sufrían su tragedia cotidiana, por un lado infectándose y por el otro decidiendo a quién meter o dejar afuera de terapia intensiva, porque no alcanzaban las camas.
Aturdidos por la espantosa novedad que se nos venía encima, por unos cuantos días dejamos de ser cancheros para animarnos a llorar en vivo y en directo y, de paso, ser tan europeos como nos gusta. Aplaudiendo desde los balcones.
Venimos desfasados. Con delay de sensaciones. Porque hoy es el momento en que el personal de Salud se las está viendo más negras que nunca, contagiándose y desbordado. Hoy es cuando Jujuy, que ya estaba casi en Fase 5 de apertura, estrena un procedimiento de emergencia que ya vimos en Europa y en Estados Unidos: el traslado de acá para allá de terapistas expertos, porque no les alcanzan los que tienen, que se desesperan y ya nadie los aplaude. Y ahora es cuando buena parte del rating y los clics se los llevan frases como esta de Miguel Ángel Pichetto que causó furor ayer: “La gente no aguanta más a los infectólogos, cuando esto pase los infectólogos no van a poder salir a la calle”.
¿La verdad? Es grave. ¿Dónde está escrito que para ser piola o políticamente incorrecta una persona inteligente que además hace leyes tenga derecho a decir cualquier pavada? Fíjense: los adalides de la libertad anticipan quiénes podrán o no podrán salir a la calle. La frase es violenta. Casi una invitación al linchamiento. Pero lo peor no sería eso, que de última son sólo palabras. El problema es salir a buscar culpables en medio de una crisis por ahora sin remedio y, encima, hacerlo por el lado más equivocado: pegarle a los que saben.
La gente más atrasada, más anticientífica y más superficialmente propensa al aburrimiento como nueva ideología de la tilinguería también merece representación. Claro que sí: queremos vivir en democracia. Pero la demagogia, o sea, decirle al más bruto lo que quiere escuchar en tono de ocurrente avivada, embrutece el debate de ideas.
Vuelvo a Jujuy. Ayer, en medio del recrudecimiento de la peste, murió una persona por tomar dióxido de cloro.
Vuelvo acá. El brillante Juan José Sebreli, teórico de la “infectadura”, ocupa una cama de Covid-19 en el Italiano con sus casi 90 años. Parece que está bien. Que se mejore pronto.
¡Cuidado! El pequeño Bolsonaro que llevamos dentro puede hacer mal. Muy mal.
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Páginas Marcadas: Abelardo Castillo y Alejandra Kamiya