Ya estamos en el día 84 de la cuarentena y seguro a vos te pasa lo mismo que a mí. Ya no sabés qué hacer de comer y el caminito del comedor a la cocina ya tiene un surco, ¿no? ¡Alcoyana, Alcoyana! Y #encuarentenaTodosSomosChefs. Por eso, hoy me pongo el delantal y voy a hablar de uno de los programas de la tevé abierta que más me gustan: “Bake Off Argentina: El Gran Pastelero”, emitido por Telefe, producido por Turner Argentina y basado en el ciclo británico “The Great British Bake Off”.
Me encanta. Y a mí, inepta e incompetente para la repostería, porque amerita una exactitud y una prolijidad que ni Dios ni natura me dieron, no me sirve para aprender, porque estoy negada a lo dulce, pero sí para consolarme y entender que no soy la única, al menos.
Por allí pasó Marcos, ¿se acuerdan? Yo ya no lo soportaba, pero al ciclo le rendía e incluso regresó en el repechaje, porque era el que más daba de comer a las redes, sobre todo con memes de sus tortas surrealistas. ¡Creo que a mí me salen más derechas que a él, y eso es mucho decir...!
Hoy quedan cuatro participantes: Samantha, Agustina, Agus y Damián, y el último en irse nos dolió a todos, porque se fue Ángelo, el joven estudiante de Gualeguay, querible, prolijo y, sobre todo, disciplinado, a quien los tres desafíos del domingo, tanto técnicos como creativos, lo dejaron al borde del precipicio. Y se cayó. El último empujón se lo dio su fallida torta homenaje al Obelisco.
El actor Juan Minujín contó, por ejemplo, que lloró cuando lo eliminaron y la verdad es que lloramos todos.
Yo ya tengo mi favorito/favorita, pero como no puedo con mi genio, voy a decir algo: Te quiero Samantha, pero por favor, dejá de llorar. Se le cae la cuchara, llora, se le parte el panqueque, llora, la mousse tarda, llora. Yo entiendo que esto es un programa de televisión, ergo, un show, pero dosificame la lagrimita...
Ya por suerte nos habíamos librado de Sonia, y el domingo anterior se fue el más “lagrimal flojo” de todos, Gerardo, que con solo ver una frutilla con forma de corazón se le piantaba un lagrimón. ¡Basta, que si quiero llorar tanto pongo Netflix y miro “Milagro en la celda 7”!
Más allá del chiste, insisto, me encanta “Bake Off”. Está bien hecho, bien producido, bien editado, tiene el jurado que merece tener, con Christophe Krywonis, Damián Betular y Pamela Villar, y está conducido por una políticamente correcta Paula Chaves.
En este punto, y esto ya es un gusto personal, a mí no me gusta Paula como conductora y, sin dudas, hubiera elegido a otra u otro porque, como dije siempre, le sobra belleza pero le falta sal... Pero bueno, el formato es tan bueno que no se nota y esto es pastelería y la sal no importa tanto...
La primera temporada la ganó el joven de Comodoro Rivadavia, Gastón Salas, quien seguramente aparezca en la carpa a modo de acto de entrega del delantal campeón, y en la segunda, decíamos, nos quedan: la emotiva Samantha Casais, empleada administrativa de Buenos Aires, que es la prolijidad absoluta, hipercompetitiva, perfeccionista y casi siempre con preparaciones cuyo sabor no tiene la mínima queja; la ruda y algo altanera pero moderna y original Agustina Guz, sommelier de Ramos Mejía; el también ultracompetitivo Damián Basile, de Rosario, y Agus Fontenla, la abogada de Río Negro, un derroche de esencia pastelera y vocación pero, tal vez, con menos detalle y prolijidad que el resto.
Antes de fin de mes, en “Bake Off”, la única producción nacional en el podio del rating (13,7), se conocerá al ganador, que en realidad ya ganó porque esto está grabado desde el año pasado. Así que preparen los pañuelos y, si son como yo, no intenten en sus casas nada de lo que ellos hacen en la carpa, porque como decía Tu Sam, “puede fallar”, y como dice la ley de Murphy, “si algo puede salir mal, saldrá mal”. En mi caso, yo me sigo dedicando a mi especialidad que son los risottos y las pizzas. Y la pastelería, solo para mirar y probar.
por Marcela Tarrio
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