La vacuna rusa viene marchando, hasta hoy muy floja de papeles
No tiene las aprobaciones mínimas, salvo en su país de origen, donde ya se la está suministrando y hay personas que la rechazan por este mismo apuro sin respaldo de la ciencia.
Ayer, en este mismo espacio, comentamos la primera sensación sobre la “noticia del año” dada por el presidente Alberto Fernández, que, vestida como LA NOTICIA de este 2020 atroz, fue, al menos por ahora, más bien una noticia a la medida de SU año, digo: el primero de Alberto en el Sillón de Rivadavia, tan necesitado como está de dar buenas noticias.
Sonó apresurado el Presidente. Movido, de pronto, más por la urgencia electoral que se le viene encima, que por la situación sanitaria en sí. Porque la vacuna rusa Sputnik V está floja de papeles. No tiene las aprobaciones mínimas, salvo en su país de origen, donde ya se la está suministrando y hay personas que la rechazan por este mismo apuro sin respaldo de la ciencia.
Volvemos a aclarar:
1) la tecnología científica de los rusos es reconocida mundialmente;
2) deseamos con el alma la vacuna (y parece que la tenemos ahí por varios lados);
3) esto no es un debate político y ni siquiera filosófico: se trata de un desafío científico.
Hace un rato, el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, se manifestó en esta línea. Dijo: “Las vacunas de Pfizer y de Oxford/AstraZeneca están avanzadas más allá de su Fase 3 y aún así tienen sus vaivenes. La rusa no terminó su Fase 3. Una cosa es haberla comprado y otra cosa es que se la pueda aplicar. Hoy no se puede, porque no está aprobada”.
Según se informó, la semana próxima, técnicos de nuestra ANMAT están viajando a Rusia para ver el proceso de fabricación. Mis fuentes infectológicas y epidemiológicas -que en estos meses pasaron a ser variadas y muy buenas- me explican ese vericueto. Para que la ANMAT, eventualmente, apruebe la vacuna, en principio debe ser muy flexible con sus propias resoluciones internas, la N° 150, por ejemplo, que no tienen contemplada a la Federación Rusa entre los países de referencia para, llegado el caso, tomar como propias sus resoluciones farmacológicas. Y debería extender esa flexibilidad, incluso, a una interpretación novedosa de los incisos 4 y 5 de dicha resolución, que anticipan la posibilidad de aprobar un producto para su “uso compasivo”, es decir, de extrema necesidad entre la vida y la muerte. (Tampoco India o Bangladesh están entre esas especificaciones, y ahí podrían fabricarse al menos buena parte de las dosis que nos tocan en el convenio firmado).
En el ambiente científico argentino se preguntan: ¿es posible que la ANMAT hipoteque su prestigio por una orden política inédita? Esperan que no. Su director, el cordobés Carlos Chiale, es un químico-farmacéutico reconocido por su excelencia. Es, también, alguien de la extrema confianza del ministro Ginés González García, además de su subordinado en la estructura estatal.
Mis fuentes vuelven a coincidir: “Una cosa es que la orden sea ‘vos andá y hacé lo correcto’ y otra cosa es que se le ordene actuar de una manera preconcebida, antes de ver a fondo los procedimientos de elaboración de la vacuna, in situ”.
Y, sobre la segunda opción, coinciden de nuevo las fuentes: “Sería la primera vez en la historia que se hace algo así”.
Ojalá no seamos tan excepcionales.
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