José Luis Cabezas: qué nos queda casi un cuarto de siglo después
Las oscuridades del poder. El lado humano. Y un gesto “sobrenatural” de compañerismo.
Casi un cuarto de siglo es nada en la historia y mucho en una vida. Nos gusta la metáfora sanitaria: el tiempo cierra heridas. También la constructiva (o técnica): el tiempo repara. Pero la verdad es que el tiempo no hace ni una cosa ni la otra, porque no es nadie, ni es médico ni curandero, ni arquitecto ni albañil. El tiempo, en un sentido positivo, en todo caso es lo que hayamos podido aprender. Tal sería el sentido de no olvidar.
Pero empecemos por la historia. A ver si todavía es cierto que el periodismo, el buen periodismo, es el primer apunte de la historia. Una Argentina hizo posible la muerte criminal de Cabezas. Un país donde la policía se mezcla con los delincuentes y estos se mezclan con empresarios viscosos y todos se mezclan con la política y los políticos, así en el barro como en el palacio. Hablamos de un país de democracia débil y trastiendas fuertes. De mucha sombra y poca luz. La Argentina de Cabezas no cambió demasiado: se lavó la cara. El buen periodismo sigue teniendo sentido, aunque tantas veces no parezca y parezca que ya no existe más.
Claro que aquella muerte violenta y fuera de lo previsto nos cambió la vida. No termino de descifrar por qué los muertos que más se me aparecen en lo cotidiano y a veces en los sueños son mi papá y Cabezas. Tampoco me obsesiona descifrarlo, ¿eh? Para nada. Pero por más asimilada que esté la experiencia, nada es porque sí. Seguro que no…
Debo confesar que Cabezas ya no me duele. Desde luego que tampoco es una fiesta, ¿se entiende? Quiero decir que me lleva para allá, al antes del coche incendiado y la carne quemada, a los treinta y pocos años, a la furia por descubrirnos descubriendo cosas graves; a los viaje juntos a Nicaragua o a Italia. Al día en que hizo salir tarde un avión de American desde Miami poniendo el pie en la puerta, forcejeando con la tripulación del lado de adentro, porque a mí me tenían demorado en el aeropuerto por un malentendido de papeles. Frenar un avión con el pie: eso se llama bancarle los trapos al equipo…
Cabezas representa la etapa más apasionante de creer que hacíamos algo importante por mejorar este país irremediable. El asunto es que, a él, con la vida, le incineraron el aprendizaje. Se quedó allá. Por eso recordarlo es traerlo con nosotros, alargarle el viaje convertido en materia para la capacitación de periodistas o en el compromiso cotidiano de seguir poniendo manos a la obra, sin olvidar que el poder está ahí, con sus oscuridades intactas y renovadas. Y que también aprendió. Sobre todo, a usar como arma el cinismo humano. Incluso el nuestro.
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