Imbéciles
El presidente Alberto Fernández calificó así a los opositores que rechazan las nuevas restricciones y marcó el nivel del debate político.
Ayer, entrevistado por Reynaldo Sietecase, el presidente Alberto Fernández llamó “imbéciles” a los opositores que lo tratan de “dictador” por las nuevas restricciones impuestas ante la segunda ola de Covid-19 y además lo acusan de llevar agua para su molino con el manejo de la pandemia. El ala dura del macrismo tomó la palabra “imbéciles” como una afrenta imperdonable y una confirmación del autoritarismo presidencial.
Se sabe que exageran. Si hasta el ministro Fernán Quirós y Horacio Rodríguez Larreta y el gobernador jujeño Gerardo Morales se vienen diferenciando fuerte de quienes llaman “los libertarios de nuestro espacio”. Lo que sí reafirma la descalificación de los rivales por “imbéciles” es el bajísimo nivel del debate político en medio de una situación dramática a nivel global que debería, por lo menos, ponerles paños fríos a estos afiebrados dislates electoralistas que sólo sirven para inquietar y desalentar a una población por demás estresada.
Como sucede con todas las palabras más antiguas, hay polémica sobre el origen del adjetivo “imbécil”. En ningún caso tiene una connotación positiva, claro, pero tampoco nació como sinónimo de idiota o minusválido mental, que es el sentido con que la usamos ahora (si bien suele tener una carga más irónica que destructiva).
La acepción más aceptada de “imbécil” proviene del latín “imbecillis”, que significaría literalmente “sin bastón”. O “sin bastoncito”, porque “becillis” es un diminutivo de “baculum”, que es bastón. Originalmente, se trataba de un término sólo descriptivo de aquellos que, por debilidad física o vejez, necesitaban del bastón para desenvolverse. Luego se usó para distinguir a los sabios de quienes no lo eran: los sabios tenían, por lo general, una edad avanzada. Y usaban bastón. En ese sentido, “imbécil” vendría a ser un modo sutil, metafórico, de decirle “bruto” a alguien. En idéntica dirección, hay etimólogos que lo asocian más a “demasiado joven”, a imberbe o inexperto.
Otra versión indica que “imbécil” proviene de “imbellum”, que vendría a ser “sin guerra”. O sea que un imbécil sería todo aquel que no es apto para ir a pelear: era vergonzante no poder integrar las gloriosas Legiones Romanas, en el antiguo imperio.
Parece que fueron los médicos franceses del Siglo XVII los que impusieron “imbécil” como simplificación de “débil mental”, que luego, a partir del Siglo XVIII, se vulgarizó como insulto. En 1846, decía Honoré de Balzac en “Los parientes pobres”:
“Un imbécil que no tiene más que una idea en la cabeza es más fuerte que un hombre de talento, que las tiene a millares”.
Y ya que nos fuimos por las ramas de la literatura y hablábamos de los “imbéciles” y la guerra, déjenme dar el gusto de citar a Ernest Hemingway en “Por quién doblan las campanas”, esa deliciosa novela situada en la guerra civil española:
“Un hombre inteligente se ve obligado a emborracharse algunas veces para poder pasar el tiempo con imbéciles”.
A mí no me digan: la política de estos tiempos se parece muchas veces a una pelea de borrachos. ¿O no?
Noticias Relacionadas
-
El Gobierno porteño pidió a la Legislatura ampliar el presupuesto para pagar sueldos
-
Emilio Monzó: "Necesitamos un Presidente que muestre aspiración hacia la construcción y no la destrucción"
-
El PRO busca incluir una reforma laboral en la nueva Ley Ómnibus
-
Las multas subieron hasta 221% en la Ciudad e Buenos Aires
-
Corte Suprema: la Coalición Cívica se prepara para impugnar la candidatura del juez Ariel Lijo
-
Radiografía de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla, candidatos del Gobierno para la Corte Suprema
-
Productores rurales acudirán a la Justicia para frenar el alza del Inmobiliario Rural
-
Mauricio Macri asume la presidencia del Pro con el objetivo de reunificar el partido
-
Axel Kicillof cruzó a Javier Milei y lo acusó de llamar a incumplir la ley
-
Análisis de las novedades políticas en Estados Unidos y China