Dilema Fernández: estado de excepción o decepcionismo de Estado
El despido de Ginés, las disculpas de Verbitsky y las explicaciones de Vizzoti oscurecen más de lo que aclaran.
Suele decirse, con cara de “mirá lo profundo que soy”, que las crisis también son oportunidades. Y pareció que la pandemia, al mostrarnos todos nuestros espantosos deterioros de golpe, podía ser una oportunidad inédita para enderezar la conversación política y ciudadana hacia lo verdaderamente importante.
El viernes al mediodía, el presidente Alberto Fernández anunció la demorada creación del Consejo Económico y Social, en busca -supuestamente- de superar nuestro cortoplacismo crónico y tratar de ir a fondo en un puñado de temas estratégicos aplicables en el mediano y el largo plazo. Al rato, un comentario radiofónico del periodista Horacio Verbitsky prendió la mecha del llamado Vacunatorio Vip y hasta hoy, con razones de sobra, no se habla de otra cosa.
El viernes a la mañana, cayó bien una frase del Presidente: “Nos quisieron convencer de que la manera de relacionarnos es peleando”. Si la repitiera hoy, sonaría a broma pesada. Porque el viernes a última hora, Fernández debió amputarse, acaso, el brazo más fuerte que tenía. Con sus vaivenes y altibajos, la estrategia sanitaria de Ginés González García venía salvando la ropa justo cuando Verbitsky desnudó el acomodo con las vacunas. El mismo viernes que arrancó con ilusiones de reencuentro nacional, terminó con la credibilidad y la solidaridad en terapia intensiva.
Gines renunció el viernes tarde, reivindicando su gestión. Verbitsky, el domingo, aceptó su propia estupidez, pero aclarando que los otros son peores de truchos y, encima, malvados. Y, más tarde, Carla Vizzoti, la vice que pasó a ministra con increíbles gestos de “yo no fui”, dijo algo así como que hubo acomodo, pero poquito.
El problema no son ellos, sino los valores que dicen defender pero lastiman cuando creen que nadie los ve. Ellos, los que refriegan esos mismos valores en las caras que no les gustan, no son los dañados. O no importa. Se perjudican las ideas. No importa tanto el amiguismo de Gines, como el descrédito de la política sanitaria. Del mismo modo que no importaban tanto la discrecionalidad de Milagro Sala ni los desmanejos de Hebe de Bonafini en Sueños Compartidos, sino el desprestigio de la solidaridad y los derechos humanos… El problema es el desánimo, el descrédito, la decepción, la berretada total que se revela al ensuciarlo en pos de la ventajita del momento.
Sin credibilidad, sin confianza, ningún remedio de ninguna clase es posible. Sin credibilidad no hay vacuna. Sin credibilidad no hay diálogo. Para remediar algo, hace falta confiar antes que nada en que se ha establecido el método adecuado.
Los episodios del viernes consolidan la convicción generalizada de que no tenemos remedio. La puerta de costado, la colada y el acomodo hunden a la solidaridad, a la inclusión y la protección de los más vulnerables en el barro de la chantada. “Volver mejores” tenía que ver, según la promesa de campaña, con ajustar de una vez por todas las palabras a los hechos.
Todos tenemos al menos un relato cercano de un "favorcito" con las vacunas. Hubo más noticias al respecto. En el Gran Buenos Aires los rumores son ensordecedores. El tema merece una investigación seria y a fondo en todo el país: sería la única manera de crear algo de confianza, ponerse adelante y no atrás de los acontecimientos. Reaccionar cuando salta la liebre y no queda más remedio que asumir el papelón, sólo desparrama bajón social y escepticismo.
El propio Verbitsky evaluó el centro del problema:
“Todo esto debilita mi reclamo de un trato igualitario y de cuidado especial a los más vulnerables”.
También acertó el ministro Rossi hace un rato: "Debemos pedirles disculpas a los argentinos que se sintieron ofendidos por esta situación. Cuando hay situaciones de privilegio, todos los que hacen campaña contra la política pueden encontrar una mayor receptividad".
Podríamos llamarlo “decepcionismo de Estado”, es decir, sembrar decepción. Eso no sé si mata, puede ser... Pero daña mucho, porque fijate: así estamos.
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