Cristina presidenta: qué hay detrás del apriete por izquierda a Fernández
Los piqueteros patalean contra los planes. El Senado batalla por los giros extra del FMI. Acusan de “errático” a su propio Gobierno.
Un kirchnerista de fuste me decía en el arranque de esta semana: “La situación en la vida real no da para más. La política económica es errática. Si encima les meten aumentos a las tarifas, perdemos las elecciones. Y si este proyecto fracasa, preparémonos para que pase cualquier cosa”.
No es la primera vez que un oficialista, sin importar el tiempo ni el partido, esboza la teoría del “nosotros o el caos”. De Raúl Alfonsín para acá, se la escuchamos a todos con más o menos volumen y diferencias de argumentos apenas cromáticas o cosméticas. La auto-victimización es un artilugio frecuente y muy curioso, porque delata inconsistencias y debilidades que, se supone, a ningún oficialismo le gusta exhibir. El tema se pone más interesante todavía cuando esas flaquezas dependen de diferencias internas, más que de ataques desde afuera.
Por esa etapa difícil transita el presidente Alberto Fernández, que salió a buscar oxígeno dirigencial reuniéndose con sus pares europeos y abrazándose al Papa argentino como frutilla del postre. Mientras él y su ministro de Economía buscan avales en la negociación con el Fondo Monetario ubicándose del centro un cachito a la izquierda en la escena mundial, acá, con Cristina Presidenta como símbolo de esta semana, los movimientos sociales salieron a cuestionar fuerte los planes sociales mientras el Senado, agitado por Oscar Isidro Parrilli, pelea por los fondos frescos extra que desembolsaría el FMI para ayudar a los socios emergentes. Serían unos 4.500 millones de dólares que los K quieren garantizar para ayudas comunitarias y no para pagar intereses al propio Fondo ni atesorar en el Banco Central.
La sangre podría llegar al río. El piquetero Juan Grabois, acaso el kirchnerista más díscolo de todos, amenazó directamente con un escándalo al deslizar que, con la Tarjeta Alimentar, los grandes operadores de plásticos financieros están haciendo un negocio monumental gracias al Gobierno. El tiro no va sólo hacia el Presidente, sino también a Sergio Massa, jefe director del ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, que ya fue quemado con “fuego amigo” al principio de la pandemia debido al costo irracional de los alimentos comprados por el Estado para distribuir en los barrios humildes. Entonces, el miedo a lo desconocido que recién estaba llegando atemperó las críticas.
Cerca del Presidente, la lectura es lisa y llana: sostienen que estamos en un año electoral y que las exigencias, más allá de los ideales que las envuelven, lo que buscan son fondos de campaña y lugares en las listas. Al pan pan y al vino, vino, digamos. El kirchnerismo ya fue el gran árbitro en el diseño de las boletas del Frente de Todos para las presidenciales de 2019 y quiere volver a serlo, haciendo valer sobre todo su peso en el Gran Buenos Aires. No exactamente igual, pero más o menos parecido piensan los referentes de los movimientos sociales más peronistas. En su caso, el poder radica en la capacidad para regular la conflictividad social.
El gran problema del Presidente no se llama Cristina Kirchner. Se llama falta de tropa propia y pobreza franciscana de caja.
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