Caso Sol Acuña: es verdad, los maestros son pobre gente, como los médicos y los policías
La proletarización y la híper sindicalización de los maestros, los médicos y los servidores públicos básicos son efectos y no causas, y mucho menos fenómenos naturales.
La extinción de lo que alguna vez llamamos “Estado de bienestar” no fue sólo parte del efecto dominó provocado por la caída del Muro de Berlín.
Es cierto que, ya sin una competencia física equivalente, aquello que había sido erigido, precisamente, para librar con cierto decoro social una guerra contra el comunismo también en el plano de la virtud, de la ética y de los derechos humanos, resultaba previsible que sus principales baluartes, con lo caros que costaban, sufrieran alguna clase de deterioro.
Educar, curar y proteger son acciones estratégicas permanentes y por eso carísimas que, si se las computa como simple gasto, cualquier contador puede pensar que ajustando ahí se puede salir de pobre. Y, de hecho, así lo pensaron unos cuantos contadores (también de cuentos).
Pero, a esta altura del festival, queda claro que no ha sido así. Con mala educación, con mala salud y con mala seguridad un país no sólo se va volviendo geométricamente más pobre cada día, sino algo peor: se torna más desigual, más inequitativo, es decir, más injusto y por eso, más potencialmente violento. O violento de veras.
Ser maestro, ser médico y ser policía fueron signos de ascenso social entre finales del Siglo XIX y principios del XX. El maestro, el médico, el policía y otros fueron, hasta no hace tanto tiempo (¿30… 40 años?) referentes no sólo sociales, sino también culturales y hasta morales en la conformación de un país donde se consideraba posible mejorar y, encima, hacerlo trabajando, porque ese era el sentido de educarse, de andar limpito y sano por la vida y de salir a la calle sin miedo para ir a ser productivos.
La proletarización y la híper sindicalización de los maestros, los médicos y los servidores públicos básicos son efectos y no causas, y mucho menos fenómenos naturales. Hace años que arrinconamos la discusión sobre el problema educativo, con orejas de burro y todo, en una perspectiva gremial-salarial que, a la larga, sólo vio desgastar el nivel de vida de los maestros y resquebrajar su relación con alumnos y padres. El maestro, el médico y el servidor público, en general, perdieron el respeto en la posmodernidad. ¿Casualidad? Para nada.
¿Tiene razón, entonces, Sol Acuña? En términos descriptivos y más allá de las formas, un poco sí: los maestros, los médicos (que hoy están de paro y aún no terminó la pandemia) y los policías son pobre gente, desmotivada, enojada, fracasada en un país que viene fracasando sin parar. Ojo: también tenía un poco de razón Cristina Kirchner, más allá de las formas, cuando allá por marzo de 2012 y de 2014 les pidió a los docentes que fuesen “justos y sensatos” en sus reclamos y que “no conviertan en un parto cada inicio de clases” año tras año.
El problema de Acuña hoy, como el de CFK entonces y el de las dirigencias enteritas de un tiempo a esta parte (incluyo a las dirigencias sindicales, más bien) no fueron sus malos análisis, sino que se exhibieron absolutamente incapaces de ponerse de acuerdo en un ABC de la educación que recupere, de algún modo, al menos alguna noción mínima de futuro que nos desate de esta coyuntura eterna y tediosa donde sólo se disputan cargos o se defienden intereses corporativos y el éxito depende de zafar, no de saber.
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