No fueron los pocos de pescar erróneamente, de intentarlo con descuido y elementos apenas aceptables asumiendo que el resto lo dictaba la suerte.
Solía imaginar que ante un anzuelo encarnado y sumergido en el agua, las respuestas podrían ser tan variadas como especies hubiera nadando por ahí.
Desencantado y rendido me prometí a desquite, sin revisar los motivos por los que el éxito me había sido esquivo.
Convencido de que el asunto no podía encerrar tanto secreto, yo mismo me postergaba irremediablemente el pique.
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