Wednesday 1 de May de 2024
Perfil

Máscaras de carnaval: su origen político, social, rebelde y conspirativo

PODCASTS | Por Edi Zunino | 15 de February 10:00

Pietro Gradenigo gobernó la República Serenísima de Venecia entre 1289 y el día de su muerte, en 1311. Antes que nada, debe decirse que la república veneciana no era para nada serenísima, porque vivía en guerra y el gobierno gozaba de ninguna popularidad. Los nobles temían ser atacados en las calles. Vivían aislados. En 1299, al cumplir sus primeros 10 años en el poder, Gradenigo tomó una decisión que hoy sería considerada en favor de la salud mental de sus cortesanos: les permitió mezclarse con el vulgo en las festividades, rigurosamente enmascarados como la mayoría.

Así, de una decisión política en medio de la conflictividad social, nació el famoso Carnaval de Venecia. Y con él se perfeccionaron las tareas de la inteligencia sobre la población, para controlarla mejor: las fiestas duraban días y la máscara permitía tanto detectar y seguir a opositores, como testeara a la opinión pública.

Hasta entonces, las máscaras tenían mala prensa. Su uso estaba regulado para evitar desbordes, hasta los más inocentes: a los muchachos les gustaba encubrir sus identidades para salir a mojar a las muchachas tirándoles cáscaras de huevo rellenadas con agua, antecedente de nuestra querida bombucha. (Claro que aquellas dolían más).

Pero la máscara también era un artículo ideal para el delito, la rebeldía y, por qué no, las orgías para gozar al límite desde el más absoluto anonimato.El primer gran uso político oficial que se registra del carnaval y las tradicionales máscaras se dio en Venecia, claro, pero en 1571, para celebrar el triunfo de la Liga Santa en la batalla de Lepanto (sí, la misma en que Cervantes quedó manco).

Cuestión que se puso de moda la máscara. Y la moda tuvo su furor, que llegó en el Siglo XVIII, cuando en el calendario de Venecia llegó a haber medio año de festividades y la careta se volvió cool en casi toda la Europa aristocrática. Los principales fabricantes de máscaras llegaron a convertirse en personajes importantes del establishment de entonces. 

Con la ocupación de Napoleón, en 1797, las máscaras fueron prohibidas por temor a las conspiraciones. (Y vaya si tenía poder el francés, que los carnavales venecianos recuperarían su esplendor recién dos siglos después, en 1979). No era que Bonaparte odiara las máscaras en sí: al morir se le hizo su propia máscara mortuoria, una costumbre iniciada en el viejo Egipto para inmortalizar a sus líderes y que recobró ímpetu a fines del Siglo XVIII y principios del XIX.

La teatralidad de pasar a ser otro empapa la cultura occidental desde la antigua Grecia, con el auge masivo, filosófico y catártico de la tragedia y la comedia. Aquellas máscaras, que ocultaban rostros para ser otros exhibiendo marcados estados de ánimo, se llamaban “per-sonas”. Al efecto expresivo de la máscara se sumaba el de sonar fuerte, para que escuchen los de atrás. Sí: persona viene de máscara.

Termino con Maquiavello, que supo refugiar su clandestinidad florentina en una que otra máscara y escribió La Mandrágora para disfrazar de comedia su pensamiento político, cuando estuvo prohibido. La cita es de otro de sus clásicos, el más clásico de todos, El Príncipe: “No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Es central saber disfrazar bien las cosas y ser maestro en el fingimiento”.

Mejor definición política de máscara, imposible… (Mañana: la segunda parte).

por Edi Zunino

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