"La llama inmortal de Stephen Crane”, el nuevo libro de Paul Auster
El escritor neoyorkino dedicó su última obra a la corta vida de Stephen Crane, a quien considera un autor tan importante como Mark Twain o Nathaniel Hawthorne.
Paul Auster le tomó el gusto a escribir libros largos, pesados de llevar, con más de mil páginas. Después del fallido “4321”, que publicó en 2017 después de siete años de trabajo, quizá agotado de las ficciones, se metió a investigar la vida y la obra de un escritor norteamericano de fines del siglo XIX y así surgió “La llama inmortal de Stephen Crane”.
Los años de Crane (1871-1900) le sirven de excusa para contar parte de la historia de los Estados Unidos en los tiempos en que dejaba atrás a Billy the Kid, el famoso delincuente, para pasar a ser el “Gran país del Norte”, faro del capitalismo mundial, que dominaría el mundo durante el siglo XX.
La obra de este escritor quedó marcada por una vida fugaz e intensa, corriendo siempre atrás de ganarse la vida. Murió a los 28 años de tuberculosis, pero dejó un corpus que se editó en 1970 y abarca diez tomos de ficción, poesía y notas periodísticas.
La “llama” de Crane se encendió en Auster hace cinco décadas y el autor de “La música del azar” y “Mr. Vértigo" sigue enamorado de aquel poema.
En el desierto
Vi una criatura desnuda, bestial,
Que agachándose en el suelo
Se cogió el corazón con las manos
Y se lo comió.
Dije: “¿Está bueno, amigo?”
“Está amargo, amargo”, me respondió
“pero me gusta
porque está amargo
y porque es mi corazón”.
Un naufragio, donde quedó a la deriva en el mar durante cuatro días le generó a Crane una tuberculosis que poco tiempo después terminaría con su vida. En el medio fue corresponsal de guerra, defendió derechos de los más perjudicados en una época de conflictos laborales y sociales, fue amigo del genial Joseph Conrad, se enfrentó a la policía de Nueva York y vivió enamorado del salvaje Oeste y los bajos fondos.
Para Auster, Crane está a la altura de Mark Twain y Nathaniel Hawthorne, y abordó la escritura de su libro con la idea de escribir unas 200 páginas, “como un viejo escritor sobrecogido por el genio de un autor joven". Pero la pasión, que se nota en cada página, lo llevó a terminar con un “ladrillo” que se deja leer con placer, más allá de la triste vida que tuvo el protagonista.
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