Friday 26 de April de 2024
Perfil

Vacuna rusa, chip cerebral, complot soviético y aviones llenos de armas

POLITICA | Por Edi Zunino | 03 de February 11:25

Antes que nada, repasemos. Y de paso, o de repaso, no perdamos la capacidad de entusiasmarnos. Hay futuro: la ansiedad, las disputas comerciales y los intereses geopolíticos no deben tapar el dato duro de que, a un año de desatada la pandemia, ya existe una batería confiable de vacunas a la que sólo le falta adecuar sus sistemas de producción y distribución a gran escala. Cuestión de tiempo. Un año entero de incertidumbres y malas noticias no deberían volver desesperantes algunos meses más de espera.

Por qué digo que la batería de vacunas es “confiable”. Por nada personal ni por un brote de “claudio-maría-dominguismo”: es sólo que la comunidad científica mundial está de acuerdo en que:

1) La vacuna de Pfizer/BioNTech tiene una efectividad del 95%.

2) La de Moderna, del 94,1%.

3) Ayer, finalmente se subió al podio la rusa Sputnik V, con una eficacia establecida en el 91,6%.

4) Más atrás vienen, todavía experimentando, la de Novavax (89,3%), la china de Sinopharm (79%) y la de Johnson & Johnson (66%), mientras que la de AstraZeneca/Oxford se empantanó un poco con el 60% que le asignó la Agencia Europea de los Medicamentos en medio del pánico por el rebrote en el Viejo Continente.

5) Hasta es posible que, en la Argentina, tengamos nuestro propio fármaco anti-Covid a lo largo de este año, además de participar en la fabricación de la de AstraZeneca y, al parecer, también de la Sputnik en laboratorios locales con mano de obra nacional.

La guerra de las vacunas pasó la etapa del descubrimiento y ahora transita la de la escasez. Se trata de un fenómeno global que afecta a todos, aunque no a todos de la misma manera: se sabe que a nivel planetario hay economías XL, L, M, S y Súper Small.

Cuesta verlo todavía, pero todas las pandemias modernas terminaron generando saltos de calidad en la organización humana y cada vacuna fue alargando la expectativa de vida de las personas. Tengo clarísimo que el optimismo, sobre todo en ciertas circunstancias, puede parecerse demasiado a la boludez. Pero también está demostrado que la confianza en las propias fuerzas ha sido el burro de arranque imprescindible para superar tremendas catástrofes.

Haberlo visto hace pocos días al inglés Boris Johnson casi llorando de impotencia un año después de su ignorante soberbia del principio puede sonar poco estimulante. Tanto como pueden resultar depresivamente patéticas, en el otro extremo de la escala zoopolítica, las afirmaciones de nuestra inefable Florencia Arietto hablando de la macabra influencia sobre todos nosotros de una Unión Soviética que ya no existe más hace rato, sólo para denostar al “comunismo” que nos gobierna y que es indiscutible porque nuestra primera opción vacunatoria viene de Rusia.

No me la agarro con la pobre Arietto, sino con una manera embrutecedora de discutir que se nos volvió cotidiana, normal, y crea corrientes de opinión inútiles, salvo para justificar un lugar en la fauna de “Intratables” y por qué no una banca legislativa o un puestito.

En ese modo mezquino de entender la política se ubica el rumor en red de que la vacuna rusa viene con un “chip comunista” para controlarnos la mente o la versión de que los aviones de Aerolíneas vuelven de Moscú repletos de armas, con algunas vacunitas como pantalla. Hay de todo. Se puede creer cualquier cosa.

Volverse cerradamente “sputnikista” es parte de lo mismo, porque una vacuna, para cumplir su cometido, debe estar rodeada de confianza y no de propaganda. En ese contexto, vacunar a Moria Casán en público, por ejemplo, puede servir sólo para convencer a los convencidos, como aquella fracasada campaña con artistas populares oficialistas para renunciar voluntariamente a los subsidios en las tarifas públicas, que luego fue abandonada por piantavotos y se la dejó picando a Mauricio Macri para que borrara los subsidios a lo bestia. Si la vacuna hace grieta, no es vacuna.

La dirigencia debería aprender una lección de algo bien fresquito que incluso ella misma generó: los más altos indicadores de confianza pública en gobernantes de distinto signo en nuestro país se dio hace algunos meses, cuando intentaron (o actuaron) trabajar juntos en base a criterios científicos para enfrentar problemas concretos.

Todo lo demás es paja.

 

por Edi Zunino

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