Tomás Abraham acaba de darse el gusto de publicar el segundo de los libros que escribió aprovechando la pandemia. Miren si será pesado este coronavirus, que casi el 10% de la obra escrita de este filósofo argentino se hizo esquivándolo. Digo filósofo argentino, sin mentir para nada, pero debería decir judeo-rumano, porque ese es el origen familiar que trata de entender Abraham en este libro que se llama “La matanza negada | Autobiografía de mis padres”, que es un testimonio sobre el genocidio de 350.000 judíos en la Rumania copada por los nazis, pero a la vez se trata de una introspección padre-madre-hijo y al mismo tiempo es una reflexión crítica sobre clásicos humanos tan indelebles como el odio, el autoritarismo, la negación, el prejuicio y la justificación intelectual la barbaridad más atroz. Digámoslo así: Abraham no es un autor de géneros precisos. Ni falta que le hace, porque su especialidad es el inconformismo. Su zona de confort es sentirse incómodo. Le gusta decirlo así: “Pónganme un obstáculo que lo tengo que saltar”. El fin de un libro, que para Tomás implica la aventura de entender, implica necesariamente ir en busca de un nuevo desafío. O sentarse a morir.
En “La matanza negada | Autobiografía de mis padres”, la historia de todos y la suya propia son apenas excusas para volver a pararnos frente a la tragedia y a los vericuetos a veces insondables de cómo hasta el régimen más brutal necesita de un pensamiento, un arte y una cultura que lo establezcan en las mentes y las pasiones. De ese arcón, Tomás Abraham saca a dos pensadores rumanos que le dieron sustento al nazismo, Emil Cioran y Mircea Eliade, a quienes define como “nazis de izquierda”, un oxímoron con que pretende explicar hasta qué punto el mal en su estado más crudo puede adoptar formas políticamente correctas para expresarse y perpetuarse.
Hablamos del libro con Tomás y –autoritarismo va, odio viene- no podía dejar de cruzarse la actualidad, que vuelve a tener uno de sus escenarios más álgidos en Medio Oriente. El que está por hablar es un judío. Y lo remarco porque viene al caso y porque ciertas posiciones críticas sobre la política israelí suelen ser descalificadas de “antisemitas”.
Dice Abraham:
“La de (Benjamin) Netanyahu es una política que crea administrativamente el odio, porque él lo necesita para gobernar. Hace dos años que está dando vueltas y no puede lograr coaliciones para gobernar, pero como la oposición tampoco puede, él sigue en el gobierno. Y esta especie de guerra interna, de sucesos de guerra civil al interior de Israel, y de los misiles que van y vienen con Hamás le convienen a Netanyahu”.
Le digo que lo pueden acusar de ser, mínimamente, un “judío raro”. A vuelo de pájaro, esa definición de Netanyahu podría ser suscripta por los 140 intelectuales y artistas filo-kirchneristas que firmaron ayer una condena a Israel por los bombardeos en Gaza, y entre quienes se contaron Horacio Verbitsky, el “Indio” Solari y Mempo Giardinelli.
Tomás me para en seco:
“Mi modelo es (Daniel) Barenboim, entre tantos otros, en Israel está muy expresado ese modelo de amplitud y diálogo en la gente común. Estos que firmaron son ignorantes, viven la ignorancia como pasión, no entienden absolutamente nada y no me voy a romperme la lengua tratando de explicarles…”.
Pero tomaron partido… -interrumpo.
“Y claro que toman partido. Toman partido por Hamás, victimizan a un solo lado. No quieren entender y nunca van a entender”.
Está hablando de una grieta. De un acuerdo macabro para imponer el desacuerdo más cruel, que es la guerra. Un baile de fanatismos que se baila de a dos y se cristaliza en visiones del mundo presuntamente opuestas. Dice Abraham:
“El fenómeno de masas, en sí y por sí, crea una nueva identidad. Si vos sacás a un individuo barrabrava, como para mencionar a alguien, y lo ponés en otro lugar ya no es el mismo que era en la muchedumbre. Nosotros mismos, cuando estamos rodeados en algún lugar adhiriendo a algo, tenemos una expresión y sentimos una energía que no tenemos cuando estamos solos”.
En fin, con odios, prejuicios, miedos y conveniencias se escribe la historia.
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