Friday 26 de April de 2024
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Qué va a pasar: hay una cruda certeza

POLITICA | Por Edi Zunino | 08 de July 12:31

Yo no sé si echarle toda la culpa a Platón, que nos contó el mito de Prometeo y el arte del manejo de las cosas, es decir, de la técnica, pero sí parece un hecho histórico innegable que en el origen de nuestro modo de pensar occidental, en la génesis de nuestra filosofía y de nuestro modo de organizarnos, pesa demasiado lo mágico como respuesta urgente y necesaria frente a lo que, hablando en serio, no tiene respuesta. Es, en realidad, una filosofía del poder: en el que manda delegamos las respuestas y ¡guay! que no las tenga, porque va a dejar de representarnos.

Prometeo era “el que pensaba antes”, o sea, el iluminado que sabía de antemano lo que conviene hacer, el que ve el porvenir. Mientras que su hermano Epimeteo era “el que pensaba después”, o sea, el que, en el mejor de los casos, observaba los actos mundanos más primitivos para que los mortales mejoraran un poco.

De Prometeo y Epimeteo heredamos los prefijos “pro” y “epi”, como en el “prólogo” y el “epílogo”… Claro que la cosa no funcionaba tan fácil como que llamabas a Prometeo y Prometeo venía y te decía cómo venía la mano. Entre los dioses y los líderes de los mortales estaban los oráculos, para contarles a unos pocos elegidos lo que iba a pasar y aquéllos venían y contaban la novedad, que, en general, pasaba por el lado de que si te portabas mal ibas a recibir el merecido castigo divino.

Las revoluciones monoteístas perfeccionaron la técnica, eliminando al intermediario. Sin armas en la mano ni ejércitos detrás, los profetas hicieron historia hablando a solas con Dios, el único y todopoderoso, por lo  general en un vericueto inaccesible de alguna montaña. A diferencia de los emperadores que los perseguían, Abraham, Moisés, Mahoma, Buda o Jesús, predicaron la salvación, no el castigo. Calma, que, al final, viene la vida eterna.   

La cuestión es que, para vivir, siempre necesitamos las certezas, la previsibilidad, la confianza depositada en algún que otro líder lleno de respuestas. Por eso la política, a diferencia de la ciencia, fue tan aliada de la religión, de lo que viene desde arriba, de la verdad revelada. 

Pasa que la incerteza es desesperante. Salvo que asumamos como certeza la incertidumbre. El mismo vacío que otras disciplinas llenan con prometedores pronósticos “prometeícos”, la ciencia lo llena con signos de interrogación abiertos, como si lo verdaderamente cierto e importante fuese la falta de respuestas, porque en esa carencia está el motor para salir a buscarlas.

La desesperación genera necesidad de olvido. Esta pandemia, la primera en la historia de la humanidad que nos permite medirla, entenderla y conversarla online sin que a nadie se le ocurra asimilarla a una plaga egipcia, debería ser una oportunidad, entre otras cosas, para apostar más al razonamiento científico que a la creencia mágica, porque es más horizontal, más profundo y, por eso mismo, más democrático.

Este clima de terraplanismo antivacuna y el pequeño Bolsonaro que todos llevamos dentro también es parte de la realidad. Ejerce presión. Exige respuestas ahora, ya mismo y la sociedad se fatiga y los racionales claudican…

¿Cuándo llega el pico, doctor? La pregunta es taquillera, tiene rating, y cuanto con más enojo se la formule, tanto mejor. La ciencia tiene una respuesta, que es una certeza: “El pico va a llegar sin que nos demos cuenta, lo vamos a notar cuando ya haya pasado”.

La certeza es la incerteza. La experiencia indica que la política se ha dejado vencer por la tentación de venderse detrás de una bola de cristal que no existe.

Nadie quiere ser Epimeteo. Es más: ¿quién se acuerda de Epimeteo? Pero Prometeo no existe, señores gobernantes. De esta vamos a salir con más muertos y más pobres. Por lo menos no salgamos más brutos.

 

por Edi Zunino

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