La semana pasada ocurrió lo que va a seguir pasando si no se pasa del discurso antigrieta a los hechos. Antes de conocerse una línea de la complejas 49 páginas, 85 artículos y 6 anexos de la reforma judicial impulsada por el Gobierno, ya había un sector de la sociedad que sabía que se trataba de una trampa de impunidad. Lo sabía con la misma claridad que otro sector social se convencía que ese proyecto era el instrumento ideal para mejorar la justicia argentina.
Si no se cierra el foso de la grieta, cualquier proyecto oficial por mejor o peor que sea seguirá cayendo.
Escuchá la columna de Gustavo González desde la redacción de Radio Perfil.
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