Con el paso de los siglos, el catolicismo se las fue arreglando para cooptar las viejas tradiciones paganas, mutando la significación de un ejército de deidades y héroes mágicos en el armado de un staff de santos y vírgenes de vidas milagreras, aquí en la Tierra. Es que, con esta humanidad y sus interminables necesidades, que cada día fueron siendo siempre más, no hay Dios que aguante absolutamente solo. Hasta la más todopoderosa de las fuerzas celestiales necesita secretarios, delegados, emisarios, traductores y demás asistentes de la Fe.
Quiero hablarles de dos santos que están haciendo agua en este mismo instante. Uno es Ramón Nonato, de quien el 31 de agosto se cumplieron 780 años de su muerte, patrono de la localidad de Orán, en el confín salteño, y santo de los partos, las embarazadas y atención: las personas acusadas falsamente. El otro es Vicente de Paúl, 400 años más joven que Ramón y de quien ahora, el 27 de septiembre, se va a celebrar su día (como todos los años); es el patrono del hospital de Orán porque es el santo de los enfermos.
¿Por qué juego con que San Ramón Nonato y San Vicente de Paúl no dan más? El sábado, cuando salió a dar el parte del día sobre los internados por Covid-19 en el Hospital de Orán, a Daniel Gatica, alguien que seguro no estaba libre de pecados le arrojó dos piedrazos. Uno le dio en el pie. El otro, estuvo a 20 centímetros de partirle la cabeza. Gatica es médico. Se hizo famoso de ayer a hoy, porque anunciar la muerte de una persona le valió la agresión de un pariente. Gatica se dijo “no doy más” y renunció a su puesto, casi su razón de ser. El santo de los enfermos a los que atiende Gatica y, sobre todo, el santo de los falsamente acusados, como Gatica, no estaban ahí para protegerlo. O habrá que agradecerles que el segundo cascote fallara… No sé, no me da el cuero para semejante disquisición. Sí me da para espantarme al ver que hoy, cuando no aguanta más por el desborde del sistema, voló un par de piedrazos contra uno de aquellos a los que hace cinco meses, cuando todavía no pasaba nada, se aplaudía. Ojalá Gatica no sea el primero, sino el último.
¿Qué cambió entre aquellas emociones (las de los aplausos) y estas (las de la furia)? Pasaron meses, se acumularon problemas, ansiedades y angustias, y llegó lo que se sabía que iba a llegar: la realidad de la pandemia. Es decir, el virus circulando a full, contagiando, matando y poniendo a prueba “el sistema de salud”, que se compone de camas y aparatos, pero nada de eso sirve para nada sin Gaticas, gente común con saberes específicos que trabaja por ella y por los compañeros que se van enfermando, y trabajar es atender a otros enfermos internados en camas, en camillas, en sillas, en habitaciones y en pasillos, rechazar internaciones porque se acabó el lugar y contener a parientes que, a veces, no entienden nada.
Me cuentan que en la Oración a San Vicente de Paúl, se le reza en cuanto “padre de todos los desgraciados”, se le señalan “todos los males que pesan sobre nosotros” y se le pide “alcanzar al Señor para el socorro de los pobres, el alivio de los enfermos, el consuelo de los afligidos…” y otros males de este infierno. ¡Pobre Gatica! ¡Pobre país!
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