Thursday 28 de March de 2024
Perfil

Mala educación, políticos farsantes y el punk nuestro de cada día

POLITICA | Por Edi Zunino | 25 de November 12:46

Francois Rabelais, el creador de los nobles, excesivos y malhablados gigantes Gargantúa y su hijo Pantagruel, decía: “El tiempo hace madurar todas las cosas. Mediante él, todas se hacen evidentes. El tiempo es el padre de la verdad”. 

Ojalá.

Pero cito a Rabelais porque de la persona que les voy a hablar, el filósofo Tomás Abraham se juega a que es “una especie de Rabelais del conurbano”. Eso, al menos, es lo que arriesga Abraham sobre Gonzalo Santos, que es un maestro de escuela que se volvió escritor el día que un alumno, fuera de sí, le empezó a tirar trompazos en el aula y él decidió que las cosas que pasan en la verdad verdadera de las escuelas deben ser contadas porque allí transcurren los clásicos de la condición humana, de lo más puro a lo más escatológico y con presencia constante de lo esencialmente violento.

¿Qué es, si no, la literatura?

Sigamos hablando de Gonzalo Santos, alguien que es “de lectura imprescindible para asomarse a lo que, en realidad, sucede en las escuelas”, según Guillermo Jaim Echeverry, un médico, científico y académico que llegó nada menos que a rector de la UBA. Insisto, por las dudas: Gonzalo Santos hace literatura. No ficción, digamos. Según Beatriz Sarlo, “escribe con la violencia del punk y el pesimismo de la novela negra”.

Los que creen que hablar de Educación puede ser muy aburrido pero aún así, paradójicamente, se entretienen con el falso debate mediático-educativo cotidiano entre macristas y kirchneristas, deben leer el nuevo libro de Gonzalo Santos. Se llama “Enseñar en tiempos de hashtags”. Y habla de nosotros, al punto de lo que negamos de nosotros mismos o pretendemos desconocer, en estos tiempos espantosos de “presencialidad” casi nula y “ausencialidad” excesiva, pero en los que el mundo siguió andando. Y las escuelas también, aunque de una manera impensada. 

“Por algún motivo, la escuela nunca ha sido un espacio privilegiado en nuestra literatura”, dice Santos, que no está viniendo a hacerse el Miguel Cané de “Juvenilia” ni mucho menos el Manuel Gálvez de “La maestra normal”. Digamos que su territorio es la anormalidad. Las experiencias dantescas de ser docente, de la sacrosanta educación argentina convertida en un a veces triste simulacro, tolerable “siempre Alplax mediante” como él mismo describe. Se trata de lo que sucede en las entretelas de un Estado que se extingue y donde, así como las comisarías inventan delitos resueltos para conservar el prestigio estadístico, en las escuelas se impone que “si en un curso hay muchos desaprobados, la culpa es siempre del docente y de este malentendido surge lo que todos conocemos: alumnos -de carne y hueso- que llegan a la universidad sin poder comprender textos básicos”.

Escribe Santos, en el prólogo de su nueva no ficción para tratar de darle un contexto racional: “En el clásico argentino ‘Shunko’, del maestro Jorge W. Ábalos, se mostraba el éxito del proyecto de inclusión desarrollado durante el peronismo de los 40, pero después se fue apurando el fracaso del Estado en su misión de alfabetizar. El kirchnerismo, en sus gestiones anteriores, hizo muchas cosas bien, no lo vamos a negar: ahí están las netbooks, el Plan Nacional de Lectura, la idea de que todos los ‘pibes’ tienen que estar adentro de la escuela y el aumento de la inversión hasta alcanzar los seis puntos del PBI. Sin embargo, lo que no lograron, y esto no es menor, es diseñar una política pedagógica que se traduzca en eso que suelen llamar ‘aprendizaje significativo’. La idea de ‘inclusión’, en la práctica, terminó utilizándose para que los alumnos pasen de grado o de año sin haber adquirido los saberes o las ‘competencias’ correspondientes, y eso produjo un tipo de exclusión que se me presentó en su forma más cruda hace poco más de un año, en uno de los profesorados donde todavía continúo trabajando. Había terminado la clase y una alumna se me acercó luego de que salieran sus compañeros para decirme que no estaba entendiendo nada. Le pregunté entonces si eso le pasaba solamente en mis clases, y me dijo que no: que tenía dificultades en todas las materias. Leía los textos una y otra vez, pero no podía comprenderlos. En un momento se quebró y entre lágrimas me dijo que se arrepentía de no haber estudiado nada en la secundaria. Yo le hice una pregunta elemental: ¿cómo había logrado, entonces, graduarse? Ella me miró como si le hubiese preguntado una obviedad. Me dio a entender que no le había hecho falta. Que de una manera u otra todo se terminaba ‘resolviendo’ a fin de año. La historia de esta chica, con distintas variantes, se repite todo el tiempo. En general ningún alumno viene a pedirme ayuda llorando, pero en cada ciclo lectivo los veo frustrarse y desistir, sobre todo antes de llegar al segundo cuatrimestre; aunque también hay otro caso, no menos alarmante: el de los que continúan y tarde o temprano –más temprano que tarde– terminan aprobando y recibiéndose de profesores sin haber incorporado los conocimientos mínimos correspondientes”.

Santos cuestiona, pincha, recreando en historias verídicas el “anacronismo positivista” de las carreras de “Ciencias de la Educación”, que crearon algo así como una élite educativa despegada de la realidad, es decir, de la propia enseñanza como tal. Y en ese despropósito, dice Santos, “radica lo que el discurso pedagógico oficial pretende instalar como sentido común, lo cual es transversal a todos los partidos: aquí no hay grieta”.

Entonces: “Enseñar en tiempos de hashtags”. De Gonzalo Santos, maestro y narrador del punk nuestro de cada día en las escuelas conurbanas (que son las del país).

 

por Edi Zunino

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