Va llegando a su fin este 2020 tremendo. Escuché a varios por ahí calificar a este año de “olvidable”, cuando para mí, aparte de ser todo lo contrario, es decir, inolvidable, debería serlo sobre todo por las enseñanzas que nos dejó semejante aglomeración de malas noticias. Creo… con pasión, diría…, que, si de este 2020 no salimos, por lo menos, un poco más sabios, lo que vamos a haber olvidado, tal vez definitivamente, son las ganas de aprender para mejorar.
De algún modo, estamos terminando algo así como el Año de la Salud Pública. Seguimos transitando una pandemia y cerramos este 2020 habiendo retomado el debate democrático sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo. El Covid-19, al principio, desnudó la tremenda desinversión sufrida por nuestro sistema sanitario: hay expertos que hablan de, por lo menos, “dos décadas perdidas” en la materia. El aborto, al final, vuelve a desnudar atrasos que redefinen incluso la calidad de nuestro debate democrático.
Los dos temas nos hunden en grietas que parecen diferentes porque se intercambian los personajes, pero no son para nada distintas en cuanto al mecanismo de conversación, que, por otra parte, es más viejo que la cultura occidental: hacer hasta lo imposible para uniformarnos en la inexistente comodidad de que no haya otro punto de vista, llegando al extremo instintivo, primitivo, prehistórico, diría, de anular a la contraparte como venga.
Ayer, al debate público sobre el aborto se incorporó un hombre bueno. Un cura villero…; un pibe copado, diría, con todo respeto y hasta cariño, que se llama José María Di Paola y es más conocido como El Padre Pepe.
Ayer, Pepe salió al ruedo con los tapones, supuestamente bíblicos, de punta. Le dijo al poco sutil Eduardo Feinmann en la radio: “Si hay aborto, no hay Navidad en Argentina, no festejemos nada. La verdad es que el niño Jesús no hubiese nacido. ¿Por qué? Porque María era una mujer soltera, después José la reconoce... En cualquiera de estas situaciones, cualquier médico le hubiese dicho '¡y bueno, aborte! es la mejor forma de terminar con esto'”.
Fíjense la lectura de Pepe: el médico, según esa mirada moral, está a punto de ser consagrado por ley en el doble papel de instigador y autor material del peor de los homicidios, cuando, en verdad, tanto el médico como el sanatorio -según el proyecto en discusión- tendrían derecho a negarse a realizar la práctica y, aún realizándola, deberían incluir dentro de su menú “hipocrático” una actitud contenedora y educativa para eventualmente recapacitar sobre la decisión y continuar el embarazo.
En el fragor del combate dialéctico, el Padre Pepe confunde lo que vendría, el aborto legal, con lo que nadie plantea: una especie de “aborto obligatorio” en el cual, insisto, el médico actuaría como una especie de agente de una gestapo matapibes.
Triste papel el de la Virgen, según el concepto expresado por su devoto Pepe: una mujer que hubiera hecho lo que le dicen, pese a que las propias escrituras atestiguan lo contrario. María decidió seguir con su embarazo pese al qué dirán y José la acompañó en el desafío, aunque no era el padre de la criatura.
Tres consideraciones al respecto:
1) En el caso de que María hubiese querido abortar, convencida o persuadida, dadas las condiciones sanitarias y económicas de hace 2.000 años, lo más seguro es que hubiese muerto.
2) No hay ningún dato escrito en ninguna parte que contradiga el relato teológico de la inmaculada concepción desde la suposición de que María haya sido violada o tenido un accidente fogoso a hurtadillas.
3) La lógica eclesiástica de Pepe presupone que el régimen romano preimperial era más humanitario que, por ejemplo, la República Oriental del Uruguay, donde las estadísticas indican que la legalización del aborto no sólo no incrementó la cantidad de esas prácticas, sino que las redujo junto con las muertes maternas.
Lo históricamente comprobado es que, en aquel entonces lejano, lo corriente en materia de justicia eran las lapidaciones de mujeres polémicas y las crucifixiones de quienes pretendían modernizar un poco el orden de las cosas, extendiendo algunos derechos básicos.
Flor de “piedra” tiró Pepe ayer: ¿puede haber algo menos humanitario que “abortar” la Navidad?
Por último, voy a darle la derecha al Padre Pepe sobre un par de declaraciones terrenales que también hizo ayer. Calificó de “hipocresía” plantear que el aborto como una necesidad excluyente de los pobres. Y dijo: “Creo que los funcionarios deberían hacer fila en los hospitales públicos para darse cuenta de qué necesitan los pobres y especialmente las mujeres pobres". Creo lo mismo, en ese punto… Con vehemencia, diría…
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