Todavía estamos en medio del asunto, pero, cuando pase, la pandemia nos va a haber modificado y las reflexiones y reflejos, ya en frío, nos van a modificar aún más. Y nos va a cambiar –lo hizo un poco ya y lo va a seguir haciendo- en todos los aspectos de la vida y de la convivencia humanas.
Lo digo convencido porque todas las pandemias de la Historia dejaron aprendizajes, avances científicos, productivos y culturales que definieron un antes y un después. Algunos cambios fueron para mal, incluso: las pérdidas humanas y económicas han sido, a lo largo de los siglos, motivos para que los más fuertes para sobrevivir fortalecieran aún más su poder. Pero está visto que las enfermedades en masa influyeron evolutivamente en las letras, en las artes, en la arquitectura y en el urbanismo.
Por ejemplo: el “Decamerón”, escrito por Giovanni Bocaccio en el Siglo XIV, apenas terminada la salvajísima peste negra que azotó a Europa y en particular a Florencia en 1348, dio vuelta la literatura. Se basa en 10 jóvenes (7 mujeres y 3 varones) que deciden irse a un pueblito cercano durante 15 días para ponerse en cuarentena. Los relatos eróticos, disruptivos, contestatarios y hasta feministas planteados por Bocaccio lo pusieron al tope de la literatura italiana junto al Dante y Francesco Petrarca, además de romper moldes y expandir su influencia: el “Decamerón” fue prohibido y perseguido por la Iglesia durante siglos, nada podía volverlo más influyente; hace apenas un lustro, Mario Vargas Llosa, por ejemplo, publicó “Los cuentos de la peste”, pieza teatral basada en aquel libro indeleble que ya había llegado al cine en los 70, de la mano de Pierre Paolo Pasolini.
Ahora que bajó radicalmente el promedio de edad de los infectados por el Covid-19, viene a cuento esta exclamación de Bocaccio al principio del primer capítulo del “Decamerón”: “¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!”.
Pero bueno, estábamos en las pandemias como motor de la Historia y las diferentes disciplinas humanas. A ver…Este monstruo que es el Gran Buenos Aires se originó en la huída de porteños de la fiebre amarilla, del mismo modo que cada día se generaliza más entre los habitantes del AMBA la idea de irse a vivir a pueblos más chicos porque son “más sanos”. Se verá si la política se anima a superar sus enanismos electoralistas y a poner sobre la mesa el tema crucial de la descompresión del Área Metropolitana. Del mismo modo que, a nivel global, se va abriendo la conversación sobre los espantosos niveles de pobreza y su contracara de concentración económica que, como nunca, puso en evidencia la pandemia.
Otro punto… El hecho de que China hubiera abierto al mundo el genoma del Covid ni bien lo descifró, abrió el caldo de cultivo para un récord que estamos empezando a disfrutar: jamás se había logrado ya no una vacuna sino una decena de vacunas a menos de un año de aparecida una nueva enfermedad voraz. La idea de que la colaboración científica es mucho más provechosa que el secretismo y la competencia sin límites también va a dejar huella en esta generación y las que vienen. Vamos a tener la experiencia de que colaborando se avanza más rápido.
Otra de las cosas que se debate a nivel global es si el aislamiento nos volverá más individualistas o generará un tiempo de liberación y re-socialización que, de darse, podría ser muy productivo desde la creatividad en todo sentido. Convengamos que la Humanidad requiere un reajuste de sus ideales, que vienen atrasados o demolidos|. La exposición sin anestesia y a la vez de tantos problemas puede generar una ola de barajar y dar nuevo en el funcionamiento de países específicos y la interrelación con otros.
No tenemos idea de cómo va a ser el futuro ni qué va a suceder. Pero sí podemos adelantar que cuando la pesadilla pase, porque va a pasar, habrá tantísimo por reconstruir e inventar. Diría Giovanni Bocaccio: “Toda cosa es, por sí misma, buena para algo”.
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