La campaña electoral para las PASO de este domingo reveló una impotencia que define transversalmente a la dirigencia política y explica, en alguna medida, el malestar de buena parte de la sociedad por la lejanía de quienes compiten por representarla. Me refiero a los vacuos esfuerzos exteriorizados por muchos candidatos para llegar a los jóvenes, cuya natural insatisfacción suele ser el punto más difícil de interpretar por los políticos, en general adultos (al menos, de edad adulta).
Gran problema, porque el voto es obligatorio desde los 18 años y optativo, desde los 16. Y el electorado Sub 25 ocupa el 20% del padrón nacional. Ahí está la mayor proporción de indecisos e irrepresentados. Empecemos por consignar que los candidatos de esa franja etaria brillan por su ausencia.
De ahí que las apelaciones de gente grande al sexo, al porro, a las letras o estéticas rockeras (de veteranos astros del rock) y al uso forzado de redes sociales como TikTok fueron más tema de conversación en la campaña que las auténticas vivencias y problemáticas de ese amplio y diverso sector social. Sería de esperar que la campaña electoral “de veras" para las parlamentarias de noviembre levante la puntería y los candidatos su autoestima, para reemplazar los gags y las escenas demodé de “Tom y Jerry” o el “Coyote y el Correcaminos”, para adentrarse en un debate abierto y sincero sobre los problemas concretos de un país lacerado por la angustia económica y sanitaria.
Un trabajo bien fresquito de la consultora Taquion apunta en esa dirección. Si se pretendiera ubicar a la sociedad y en especial a los jóvenes como interlocutores de una conversación franca de la que surjan sus representantes (eso debería ser una campaña electoral), debería ser tenida en cuenta. Por lo menos para entender en qué estado están aquellos a quienes les hablan y respetarlos un poco.
Estamos hablando de una población que elige la palabra “cansado” para definir cómo está con un año y medio de pandemia encima. Un tercio acepta que empeoró su vida sexual. En ese contexto general, 9 de cada 10 jóvenes manifiestan haber tenido o seguir teniendo problemas de sueño. En la misma proporción del 90% aseguran haber experimentado algún nivel de soledad. Les gusta el humor como forma de comunicación, pero siempre que esté asociado a la vida real. Se ven más atraídos por los influencers o nuevas celebrities que los adultos, lo cual querría decir que escuchan más a quienes más se les parecen.
La llamada Generación Z, es decir, ese 20% del padrón electoral menor de 25, fue el que más problemas de sueño experimentó y el que menos hizo para solucionarlos. Nervios, irritabilidad, abatimiento, depresión y ansiedad fueron las sensaciones más mencionadas en el trabajo de Taquion como causas supuestas de los distintos niveles de insomnio. Casi el 30% manifiesta que esa falta de sueño se dio despertándose varias veces en las noches; un quinto expresó dificultades para dormirse; otro 22%, que se levanta cansado por más que duerma; un 15%, que le cuesta dormir un mínimo de 6 horas; y un 10%, al revés, duerme más que nunca. El 40% no tomó ninguna medida para resolver el problema.
Cualquier médico o psicólogo puede confirmar que la falta de sueño prolongada puede tener efectos nocivos para la salud física y mental. Sobrepeso y falta de concentración se suman a los problemas más frecuentes experimentados en esta etapa. Nadie puede prever los efectos políticos y electorales de un fenómeno masivo de estas características.
La contracara positiva del cuadro es que casi el 80% se siente bien o generalmente bien con quienes convive, lo cual hablaría de interesantes niveles básicos de contención. Pero el 70% experimentó algún nivel de soledad.
La encuesta se hizo entre 2.263 personas mayores de 16 años, con acceso a internet y redes sociales. Nada permite sospechar que más allá de esa frontera las cosas estén mejor.
por Edi Zunino
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