Friday 29 de March de 2024
Perfil

Cabezas, 25 años: el día que Daniel Ortega nos mandó a golpear en Managua

PODCASTS | Por Edi Zunino | 25 de January 13:13

Una de las más inolvidables experiencias periodísticas de toda mi carrera la viví junto a José Luis Cabezas en Managua, en 1995. Había caído preso en México el guerrillero argentino Enrique Gorriarán Merlo, buscado desde seis años antes por el copamiento del cuartel de La Tablada, y fuimos a reconstruir sus pasos por aquella Revolución Sandinista que lo tuvo como jefe de inteligencia en la llamada División Quinta, una especia de SIDE. Gorriarán, viejo referente del Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP, en la Argentina, había tenido un papel casi de prócer para el sandinismo: fue quien organizó y ejecutó el asesinato del exdictador Anastasio Somoza, en Paraguay, en la primavera de 1980, un año después de la toma del poder.

Nicaragua, en 1995, estaba gobernada por Violeta Chamorro, viuda del dueño del tradicional diario La Prensa, cuyo asesinato había sido el disparador de la revolución. Los sandinistas, tras una década gobernando, habían llamado a elecciones y las perdieron. Aun así, seguían teniendo una grandísima influencia en las estructuras del Estado, sobre todo en las fuerzas armadas y policiales, e incluso en agencias de seguridad privadas encargadas de vigilar edificios y espacios públicos. El entonces expresidente Daniel Ortega y su hermano Humberto eran los hombres fuertes de aquella estructura militarizada que no estaba en el poder, pero casi.

Ni bien llegamos a Managua, Cabezas y yo fuimos seguidos e investigados de cerca. Se nos llegó a mencionar en el diario sandinista “Barricada” como “agentes de inteligencia argentinos interesados en averiguar los vínculos de Enrique Gorriarán en el país”. Después de varios fracasos telefónicos pidiendo una entrevista con Daniel Ortega por carriles oficiales, supimos por los diarios que esa tarde iba a encabezar un acto en homenaje a Carlos Fonseca, mítico fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional asesinado por el somocismo, en la plaza frente a la Catedral. Nos dirigimos al lugar, semi demolido por bombardeos y terremotos, con la expectativa de conseguir un relato relevante sobre el papel de Gorriarán, que sabía de nuestro viaje porque, antes de salir, yo lo había visitado en el penal de Villa Devoto.

No había mucha gente en la plaza. Serían unos cien, no más. Ortega hizo su discurso y, al terminar, Cabezas se alejó unos pasos para tomar fotos en perspectiva y yo amagué avanzar hacia el orador, al grito de: “¡Comandante, de la revista Noticias de Argentina…!”. No alcancé a terminar mi presentación. Quedé de rodillas y sin respiración por el codazo en el estómago y la traba desde atrás que me propinaron, coordinadamente, mientras José Luis era forzado a quitar el rollo o entregar la cámara. Obviamente, no hubo nota con el hoy presidente nicaragüense, que en aquellos días militaba por volver.

No quiero dejar pasar como una suposición la idea de que, aparte de recibir unos golpecitos, fuimos investigados y seguidos en Managua. Los dos periodistas nicaragüenses que habíamos contratado antes de viajar desde Buenos Aires y casi vivieron con nosotros en el Hotel Camino Real (uno era de “La Prensa” y el otro, de “Barricada”), nos confesaron que ellos mismos habían tenido esa tarea desde que llegamos. Fue en la cena de despedida que nos organizaron con otros colegas en un restaurante, donde nos pidieron perdón a los abrazos y entre brindis y, de yapa, me presentaron a una de las hijas mellizas de Gorriarán Merlo, a la cual nos habían impedido acercarnos con excusas, artimañas y elegancia. Tampoco nos dio nota la melliza. Pero al menos brindó por nuestra salud con una cervecita.

por Edi Zunino

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