Dice un tango titulado La Traición: “Un grillete de odio fatal me encadena / al recuerdo triste de aquella mujer. / Y así voy vencido, sin una alegría / llevando en el fondo de mi corazón / la cruel amargura, la fiera agonía / que entonces volcó la traición”. La traición, el engaño, la falsedad, la ingratitud y la mentira están amarrados a nuestra cultura en el tango, como a un rencor. El cinismo y el nihilismo también. Y en esas canciones amargas que marcaron nuestra idiosincrasia durante casi un siglo entero, la traición es femenina y la victimización, cosa de machos. Amurado es un adjetivo lunfardo monogénero, no apto para chicas.
Alberto Fernández atraviesa una crisis de contornos discepoleanos. Una canción desesperada, que grita su dolor y su traición. El Presidente, peronista al fin, tiene a Enrique Santos Discépolo entre sus ídolos tangueros. Y a Homero Manzi. Cree que Discepolin inventó la canción de protesta. Discépolo y Manzi. La traicion y el misterio de adiós, que acá no lo siembra el tren, sino una caravana de renuncias por orden de Cristina Kirchner.
La unidad en la política, como el amor en el tango, vale más cuando se la da por perdida. Y ese es el relato que, detrás del ruido, viene saliendo desde la Casa Rosada en los últimos días. Una cosa es la crisis y otra, parecida pero muy distinta, es la representación pública de la crisis. Porque estamos hablando de gente grande con experiencia y muy avezada en el armado de narraciones y escenografías políticas. La secuencia de éste capítulo fue así:
• Primero dejaron trascender una reunión del Presidente con la Vice y un ultimátum de Máximo, todo en privado.
• Después hizo punta “El Cuervo” Larroque para una seguidilla de declaraciones públicas exigiendo cambios drásticos.
• Después fue Wado de Pedro el que dejó circular por las redacciones –incluso las de “La Corpo”- su carta de renuncia, que en sus dos párrafos breves usa dos veces la fórmula "poner la renuncia a disposicion" y no porque sea tartamudo. Porque, así como Francisco Benítez –el campeón de La Voz Argentina- canta de corrido, nadie tartamudea cuando escribe.
Es que no fueron renuncias indeclinables. Pero todas juntas plasmaron una fuertísima "sensación de renuncia", parafraseando a Aníbal Fernández (ya que volvió a oficiar de vocero al menos por un rato, con sus clásicas desmentidas que maneja con maestría para echar más leña al fuego).
Cristina, la traidora de este tango gubernamental, no dijo ni mu. Peor aún: habló por los escritos de sus ministros y funcionarios más indiscutiblemente leales. Si hasta Martín Sabbatella volvió a la luz para poner a disposición su renuncia a un organismo marginal.
Hubo un efecto generalizado de apiadarse con el Presidente. Incluso la oposición salió a defenderlo, contribuyendo a que recupere algo de la centralidad perdida. Claro que Alberto Fernández hubiera preferido moverse por un mejor lugar, más canchero, vistoso y cool, pero viene de recibir una paliza el hombre. Y, así, la derrota pasó a ser la dramática asunción de la derrota. Confusa. Pasional. Con desplantes, confrontaciones, visos de autocrítica, dolores, mucho drama… En síntesis: hay humanidad en el Frente de Todos y donde hay humanidad, hay vida. Esa podría ser la traducción buscada.
Mientras opositores y periodistas que se les parecen mucho repiten que se viene una temible radicalización del oficialismo, este dos por cuatro de los renunciamientos amenaza con volver las cosas a su lugar original, quiero decir: a la previa del reencuentro triunfal de 2019. Nada nuevo bajo el sol. CFK es la furia. Alberto, la corrección. Y Massa, el punto de sutura.
Parafraseo a Perón, ahora: tal vez los gatos quieren que creamos que se están reproduciendo cuando parece que pelean. ¿O en la prehistoria de este Gobierno no había un ruidoso desencuentro?
¡Qué tangazo! Desencuentro, digo… De Aníbal Troilo y Cátulo Castillo (que también era peronista).
por Edi Zunino
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