Friday 26 de April de 2024
Perfil

A propósito del fraude que agita el colega Carlos Pagni

PODCASTS | Por Edi Zunino | 29 de September 10:56

Que alguien esté mal para nada prueba que otro -su enemigo, su pareja o quien sea- está bien. Quiero decir que las macanas, los desatinos y/o metidas de pata de un Gobierno lejos están de convertir a una oposición en un dechado de virtudes, ni viceversa. Será por eso que ambos suelen coincidir desde hace rato en una excusa convertida en argumento: “¡Ah, sí, pero Macri ta ta ta…!”, dicen los kirchneristas ante las críticas certeras. “¡Ah, bueno, pero el kirchnerismo pa pa pa…!”, responden los ahora opositores cuando se les recuerdan sus recientes cuatro años de gobierno gris.

Tal vez éstas sean las elecciones más confusas y desapasionadas desde la recuperación de la democracia en 1983. Hay circunstancias de época para justificar los actuales niveles de desamor político: las ideologías totalizadoras del Siglo XX dejaron enormes vacíos de ideas en el Siglo XXI y, para peor, venimos sobreviviendo a una pandemia como subidos a un Arca de Noé que nadie sabe adónde va. Por otra parte, hay sinsabores acumulados, padecemos recurrentes convulsiones de fracaso y la dirigencia no da pie con bola, obsesionada como está en tener la manija y punto.

Los que gobernaron mal hasta hace un par de años quieren aparecer como los nuevos salvadores, pero los asusta que se sepa que no tienen idea del cómo. Y los que –con el diario del lunes- no podían haber gobernado bien ni de milagro, juegan a que multiplican panes y peces y plata, como arrepentidos de que hace apenas un año y pico atrás se los premiara en todas las encuestas por la racionalidad, la mesura y el dialoguismo con que parecían estar enfrentando la catástrofe sanitaria, económica y social. Afuera de la licuadora, por derecha y por izquierda, se entusiasman con la confusión reinante entre los patrones del sistema.

A falta de propuestas, el Gobierno se encadena a la imprenta de billetes y la oposición, al pronóstico de que todo irá todavía peor. Unos descubrieron la tinta de la felicidad. Los otros denuncian un festival de papel pintado. Y en esa discusión cotidiana sobre cuál de las dos versiones del desánimo es mejor, vuelve a visitarnos el fantasma del fraude. Que van a meter la mano en la urna suena lógico cuando parece estar tan claro que viven metiéndola en la lata.

Me sigo refiriendo a los unos y los otros. Porque las premoniciones de fraude suelen provenir de las oposiciones, que antes eran los de un lado y ahora son los de enfrente. Si lo medimos en base a la relación comprobada entre denuncias y hechos, el fraude, salvo mínimas excepciones, viene funcionando más como mito que como realidad. Pero es un mito poderoso. A tal punto que suele contar con la predisposición de distinguidos comunicadores sociales para sacarlo a relucir. Esta vez, fue el colega Carlos Pagni. Nunca deja de ser curioso, en estos casos, hasta qué punto pueden aparecer anónimas fuentes oficiales que permiten adivinar una maniobra delictiva que, de consumarse, podría mandar presos a esos mismos voceros (parece haber gente que anda revelando el delito que va a cometer).     

Hace dos días que distintos personeros del oficialismo vienen saliendo a negar la posibilidad de un fraude, con el mismo énfasis que antes inspiraba a sus contrarios. Uno de los que antes negaba y ahora disemina las dudas es Rogelio Frigerio, un macrista considerado racional o “paloma” que tuvo el control de dos procesos electorales como ministro del Interior. Dijo anoche que “no es que un fraude no pueda ocurrir nunca; puede ocurrir, en las últimas elecciones no hubo denuncias, pero el kirchnerismo impidió la boleta única, este sistema de ahora implica más chances de que pueda ocurrir un fraude".
Más allá de la intriga reproducida, que ratifica la percepción de que los políticos son tramposos potenciales cuando no sin remedio, Frigerio dio en la tecla del sentido práctico que suele buscar la agitación de este mal pre democrático que inspiró la llamada Ley Sáenz Peña hace ya casi 110 años. Me refiero a que es cada vez más costoso conseguir fiscales y autoridades de mesa, debido al mismo descrédito político del que hablábamos. Frigerio lo dijo clarito: "Esto obliga a tener miles de fiscales que podrían evitarse".
La verdad histórica es que el sistema electoral argentino ha tenido mucho más de gran solución que de tremendo problema (insisto: salvo mínimas excepciones detectadas y resueltas a tiempo). Claro que podría buscarse uno superador, que volviera más ágil el mecanismo de elección, más transparente, más barato e, incluso, más acorde a una realidad donde las militancias y los partidismos no abundan al punto de garantizar que cada oferta pueda contar con sus guardianes en el mismo lugar donde se exhiben las boletas y se emiten los votos, para que no falten unas y no se manipulen los otros.
Para que se consume un fraude –y más aún, para que se consume con éxito- deberían estar comprometidas y sincronizadas a gran escala demasiadas personas de distintas esferas del Estado y de la ciudadanía. Digamos que es el lado bueno de este sistema político desgastado y sin brillo: nadie tiene tanto poder.

por Edi Zunino

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