Oficina Anticorrupción. (Perfil)

Política
15 de February 12:45

Oficina Anticorrupción: para qué mantener este regalito del “Menem bueno”

Es caro y ya no sirve ni para mantener alguna ilusión de transparencia. En su propio origen radica el despropósito. Es inútil: nadie va a investigar jamás a quien le paga el sueldo.

El último episodio de estas horas con el audio de Gabriela Michetti pidiéndole clemencia a Laura Alonso por un funcionario menor de su confianza, sólo vino a confirmar que la Oficina Anticorrupción es un ente tan preso de la peor lógica política que no sirve para nada. Así como la hiperactividad macrista de Laurita terminó de consolidar la lógica de que los malos siempre son solamente los otros, la parsimonia kirchnerista de su actual titular, Félix Crous, casi que ni siquiera alcanza para reconfirmarlo. Salvo en su arranque, bajo el mando de Manuel Garrido, la Oficina jamás comprometió a nadie de las administraciones que nombraron a sus jefes como señal de honestidad y decencia. Y el propio Garrido llegó a reconocer que su problema de origen es la falta total de independencia. Es cierto: ahora Crous ha logrado cierta mayor autonomía, pero nadie entiende, al menos todavía, para qué la logró.

Es que la OA fue creada sólo para demostrar que Fernando de la Rúa era distinto a Carlos Menem, dado que el radical había decidido que, para ganar las elecciones de 1999, debía mantener la economía menemista, amarrada a la convertibilidad. La idea de un “Menem bueno”, un “Menem transparente” o un “Menem de ojos celestes” fue la clave del marketing de De la Rúa y Chacho Álvarez y el verdadero origen de la Oficina Anticorrupción, que no fue, por lo visto, la decisión institucional inquebrantable de terminar con un flagelo que, en aquellos años de explosión del periodismo investigativo, había pasado a ocupar un renglón superior de la agenda política. Hay que decirlo, también: las llamadas “políticas de transparencia” se pusieron de moda en Occidente como un mecanismo de preservación del sistema financiero internacional ante el avance monumental de las economías negras de dictadorzuelos y narcos asentadas en paraísos fiscales, por lo cual la OA también fue más un gesto geopolítico hacia Washington que una convicción profunda de la dirigencia local en su conjunto.

Es ridículo pensar que alguien vaya a cargar contra quien le paga el sueldo, enriquece su currículum y sostiene su prestigio social, proyectándolo, incluso, al exterior. Tan ridículo como haber aceptado que lo que la Argentina necesitaba era una oficina específica, existiendo ya tantas que se acumulan, ahora, como capas geológicas de un Estado bobo y, sobre todo, habiendo juzgados federales que ya no tienen por qué gozar de la más mínima credibilidad.

La Oficina Anticorrupción es un órgano que nació atrofiado, además de un gasto inútil que pagamos todos apenas para que parezca que somos lo que, en realidad, no hemos querido ser. Es una señal más de fracaso. Un adorno envejecido. En fin: una vergüenza.

En esta Nota