Saturday 20 de April de 2024
Perfil

Más allá de Donald Trump o Jair Bolsonaro, por qué nos excita tanto la discordia

ACTUALIDAD | Por Edi Zunino | 20 de January 11:11

En una bravuconada final que nos llena de ratones autorreferenciales por su apariencia de Argentina 2015, Donald Trump decidió irse de la Casa Blanca y tomarse unas vacaciones en Palm Beach sin cumplir la formalidad del traspaso del mando a Joe Biden. El contexto dejó impresas imágenes que no son más patrimonio exclusivo de Latinoamérica: denuncia de fraude, toma del Capitolio, militarización de las calles por temor a revueltas o atentados y, tras las vallas y los uniformes de combate, un show de artistas militantes para intentar que la alternancia democrática preserve algo del glamour perdido.

Más allá de los personajes -que son siempre más atractivos que las circunstancias- lo verdaderamente importante de este acontecimiento político que define la agenda de hoy y seguro de las próximas semanas, es el estado de labilidad que, en el mejor de los casos, afecta a los sistemas de representación a nivel global. Porque si así está la Gran Democracia de Occidente, no hace falta ser muy perceptivo para intuir en qué andan las demás, sobre todo en los países que nunca dejamos de ser periféricos a fuerza de… debilidad.

En Estados Unidos se dio un fenómeno curioso: nunca había votado tanta gente, nunca un presidente había sido consagrado por tantos votos y nunca un perdedor había perdido aun obteniendo más sufragios que en la elección anterior, en la cual se había consagrado ganador. La pregunta es: ¿la democracia pierde peso o está cambiando de sentido ante ciudadanías que se quedaron afuera o temen quedarse afuera de las supuestas bondades de la libertad?

El politólogo Andrés Malamud considera que, en los países centrales, los nuevos populismos se explican por el fervoroso pánico de amplios sectores aterrorizados por perder privilegios a costa de sostener programas sociales para asistir a los que sí se cayeron; mientras que, en los países más pobres, los populismos teatralizan la representación de los excluidos, de los que ya perdieron.

Por su parte, María Esperanza Casullo, colega de Malamud, apunta: “El populismo no es el opuesto de la democracia, sino un subproducto de la democracia. Es un discurso que explica la realidad social con un tono moralista que busca culpables a los que hay que vencer”.

Tal vez ese sea el quid de la cuestión. Lo que llamamos populismo -y no estaría mal rebautizar creativamente acorde con estos nuevos tiempos- ya no radicaría tanto en la representación paternalista positiva del que promete beneficios y reparte algunos, sino en la convocatoria beligerante en contra del enemigo que genera todos los males. La representación negativa estresa, produce adrenalina, genera pasiones y adicción a la discordia. Los medios reproducen el esquema: la sangre tiene más rating que las ideas.

Más cerca que Trump, acá en el Sur, tenemos a Jair Bolsonaro. El presidente de Brasil está en medio de una encendida polémica sobre la democracia, mientras, sobre todo en los estados norteños, el coronavirus causa estragos por la falta de infraestructura sanitaria. Lanzó Bolsonaro estos días, en el paroxismo de la grieta: “Quien decide si un pueblo va a vivir en democracia o en una dictadura son sus Fuerzas Armadas”.

Lo más probable es que un excapitán paracaidista del Ejército sostenido por el poder militar piense así, pero lo interesante de observar es por qué se siente con la libertad de decirlo abiertamente: una gran parte de la sociedad brasileña piensa igual; está predispuesta a creer que los políticos civiles montaron un enorme negocio con la democracia, por más que el llamado Lava Jato haya estado flojo de papeles en los casos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff.

Hace 50 años, en este rincón del mapa la democracia era una utopía. Luego vino para quedarse y, a poco de andar, intelectuales como el fallecido Guillermo O’Donnell instauraron el término “democracias de baja intensidad” para definir a nuestros regímenes formalmente institucionalistas. Está claro que despuntar el vicio de la discordia no ha mejorado mucho las cosas, que digamos. Cada vez más gente percibe que nuestra democracia suena como en un Winco, en mono y con ruido a púa.

 

por Edi Zunino

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