Tuesday 19 de March de 2024
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Historias reales: El baile de los ardientes

ACTUALIDAD | Por Lucas Boltrino | 05 de February 13:55

El rey Carlos VI de Francia, también llamado “el Bien Amado y Loco”, gobernó entre 1380 y 1422, y comenzó a sufrir sus ataques psicóticos a sus 25 años, pero pocos se imaginarían lo que pasaría en 1393.

El 28 de enero, Isabel de Baviera, esposa del rey, organizó un baile de máscaras en el Hotel Saint-Pol para celebrar el tercer casamiento de su dama de compañía, Catherine de Fastaverin.
Uno de los amigos del monarca, Huguet de Guisay, propuso que seis caballeros de alto rango realizaran una danza vestidos con disfraces de hombres salvajes fabricados de lino y empapados con resina, a la vez que unas máscaras cubrían sus caras y ocultaban sus identidades.

Lo que casi nadie sabía es que uno de los bailarines misteriosos era nada menos que Carlos, que al igual que los demás saltaba y aullaba como lobo y les gritaba obscenidades a la audiencia que miraba perpleja.

Se habían dado órdenes estrictas que nadie encendiera antorchas en el recinto, pero el hermano del rey, Orleans, llegó tarde junto al conde Philippe de Bar borracho y con antorchas encendidas. Si bien los relatos varían, se dice que Orleans colocó su antorcha cerca de la máscara de un bailarín para saber quién era con tanta mala suerte que una chispa cayó sobre su pierna y se encendió en llamas.

A los pocos segundos, el fuego se propagó entre los bailarines y formaron una gran fogata humana. El rey Carlos logró esquivar el siniestro gracias a su tía Juana, la Duquesa de Berry, que lo protegió de las chispas. Pero los bailarines no fueron los únicos protagonistas de esta historia, sino que muchos de los presentes también sufrieron quemaduras mientras trataban de ayudar a los hombres que no paraban de gritar. El saldo final: cuatro personas muertas.

El instigador de la tragedia, Huguet de Guisay, sobrevivió un día más donde se la pasó maldiciendo a todo y a todos. Los ciudadanos de París, conscientes del riesgo que implicaba tener a un monarca en ese estado, le echaron la culpa a sus asesores. Orleans, a quien se le echó la mayoría de la culpa, donó fondos para la construcción de una capilla en el monasterio de los Celestinos.

El Baile de los Ardientes consolidó la impresión de una corte que rozaba la extravagancia y con un rey que evidentemente no estaba capacitado para gobernar. Lamentablemente para los súbditos de Francia, deberían sufrir durante más tiempo las locuras de Carlos VI.

por Lucas Boltrino

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