Decir “Lego” es hablar del imperio del plástico. Desde que el fundador de la emblemática marca de juguetes, Ole Kirk Christiansen, compró su primera máquina moldeadora en 1946, las piezas siempre se hicieron a partir del petróleo, un recurso no renovable.
Y los billones de “ladrillos” que sigue fabricando cada año están hechos de acrilonitrilo butadieno estireno (ABS), un material que -lejos de biodegradarse- se descompone en microplásticos altamente contaminantes, que pueden permanecer en el mar hasta por un milenio.
En los últimos años, a medida que crecía la conciencia ambiental, el prestigio del plástico no paró de caer. Tanto es así, que la empresa había anunciado que empezaría a fabricar sus piezas con botellas recicladas. La ilusión duró poco: el mes pasado debió reconocer que la idea fue un fracaso. El plástico alternativo resultaba difícil de colorear y de escalar para la producción masiva.
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