Autor de libros como Epistemologías del Sur, Democracia al borde del caos. Ensayo contra la autoflagelación y El fin del imperio cognitivo, se ocupa desde hace décadas de radiografiar la vida y los modos de subsistencia de las comunidades más vulnerables. Pasa la mitad del año en los Estados Unidos y la otra mitad en su Portugal natal. Afirma que hay categorías de análisis que siguen sirviendo para los países más poderosos, pero que deben ser repensadas en geografías desiguales. Dice que la izquierda tiene una deuda con las minorías.
Usted escribió “Vivimos tiempos de preguntas fuertes y respuestas débiles”. ¿Hay alguna relación entre que las preguntas aludan a la teoría y las respuestas a la práctica?
Las respuestas que teníamos hasta hace poco, y que parecían convincentes, empiezan a dejar de parecerlo. Hace más años, al inicio del siglo XX, buscábamos ideas de cómo mejorar una sociedad, cómo transformarla para que sea más justa, equilibrada, discriminatoria y menos violenta. Hubo dos ideas fundamentales, distintas, y que se enfrentaron de hecho, pero ambas iban en la misma dirección. Una era la idea de la revolución: que por vía revolucionaria se podría cambiar la sociedad rápidamente: la Revolución Rusa en 1917 fue su expresión. La otra era la reforma gradual, el reformismo, los cambios graduales según la ley, y el orden establecido para llegar a una sociedad mejor. Reforma y revolución se enfrentaron a lo largo del siglo XX y con resultados obviamente complejos. La revolución tuvo expresiones en distintos lugares en Rusia, revolución en Cuba, revolución en China, Vietnam. El reformismo en Europa, sobre todo después de 1921, con la idea de la socialdemocracia y la del Estado de bienestar. Fueron los dos instrumentos que tuvimos a lo largo de cien años. No repentinamente, pero desde hace unos cuarenta años, los dos están en falta. La revolución no parece estar produciendo efectos, lo gradual tampoco. Estamos privados de los dos. Gran parte de la población mundial está en un período de expectativas negativas. La sensación de que las cosas están mal, pero mañana pueden estar peor. Cuesta creer que mañana puede ser mejor. La pandemia incrementó este sentimiento. Seguimos preguntándonos qué queremos. Los jóvenes de todo el mundo buscan una sociedad mejor. La pregunta está viva. Persiste el deseo de una sociedad más libre, igual y fraterna. Pero las respuestas faltan y son débiles. Hay asimetría entre las preguntas y las respuestas. Esta inquietud se traduce también en un desequilibrio entre dos sentimientos. Un gran filósofo del siglo XVII, Baruch Spinoza, dijo que los sentimientos básicos eran el miedo y la esperanza y que entre ambos debería haber cierto equilibrio. No estamos en ese equilibrio. Gran parte de la población mundial tiene mucho más miedo que esperanza. Tal vez una minoría siga con esperanza de descubrir nuevos planetas o crear ciudades en el espacio. Los súper ricos tal vez no tengan mucho miedo, quizás el de perder sus privilegios. Hay una distribución muy desigual del miedo y de la esperanza en nuestro mundo. Las preguntas siguen siendo fuertes, pero las respuestas son débiles.
En una entrevista que le hicieron en 2020, usted dijo: “La tragedia de nuestro tiempo es que la dominación está unida y la resistencia está fragmentada”. ¿La fragmentación hace que no haya una sola respuesta sino múltiples?
Hay que distinguir entre diversidad y fragmentación. La idea del libro Epistemologías del Sur es reivindicar la idea de la diversidad epistémica cultural del mundo, a pesar de que estamos sobre el dominio de algunas monoculturas de origen europeo o norteamericanas. Demando y valoro la diversidad. La fragmentación es otra cosa. Es la imposibilidad de articular luchas de resistencia contra de la dominación. Nuestro tiempo está regido por la dominación. Hay poderosos y oprimidos; hay gente con mucho poder y otra con muy poco en la sociedad. La desigualdad aumentó en vez de disminuir. Ahora se hace más visible la ostentación de la riqueza. Hubo un tiempo en que casi había una vergüenza de ser rico. Hoy no. El dato actual es la dominación. Durante mucho tiempo se pensó que la dominación era el capitalismo y una economía desigual. Por supuesto que existe, pero hay otras formas igualmente muy duras, como el racismo. También el sexismo. Hay otras. En mi trabajo muestro que las dominaciones están articuladas. Por ejemplo, en Brasil, cuando llega Jair Bolsonaro el capitalismo se hace más duro, grosero. Disminuyen los derechos de los trabajadores y la protección social. Hoy es un país donde millones de persones tienen hambre. En 2016, el problema del hambre había desaparecido en Brasil. Hoy regresó. El capitalismo se hizo más violento. Al mismo tiempo, aumentó el racismo. Un ejemplo es el genocidio de los jóvenes negros de las periferias. El asesinato de mujeres por sus compañeros agresores también aumentó. Demuestra que la dominación siempre parece articulada. Es lo contrario de la resistencia. Tenemos movimientos de izquierda que resisten el capitalismo. En América Latina hubo mucho tiempo racismo contra los pueblos indígenas, los pueblos negros afrodescendientes. Aparecen resistencias al capitalismo, pero no al racismo. Al contrario, reproducen el racismo y el sexismo. Habría que articular un poco más las luchas. De hecho, hace veinte años intentamos hacerlo en el Foro Social Mundial de 2001 en Porto Alegre, en el que participé hasta hoy. La idea fue aumentar el interconocimiento entre los movimientos, las personas oprimidas. Las mujeres son oprimidas de una manera distinta que los hombres afro, los indígenas, los obreros y los campesinos. Articular ese conocer es mejor, porque hay muchos prejuicios también entre las clases dominadas. Como se suele decir, el poder reina dividiendo. Fragmentación es división. No permite enfrentar eficazmente al poder.
¿Cuál es la relación entre fragmentación social y pensamiento abismal, el concepto al que alude en el prefacio de “Epistemologías del Sur”?
Hay una conexión muy clara. Es tal vez la razón más profunda de la fragmentación. Es la fragmentación entre dos grupos divididos por una línea radical y tan radical que es invisible. Según la ley, todos somos iguales; pero la sociedad está dividida desde el siglo XVII entre los dos grupos. El de los plenamente humanos y el grupo de gente considerada subhumana. Los esclavos, las mujeres, los negros, los indígenas, los pueblos originarios, fueron considerados subhumanos. No es una cosa del pasado; es de hoy. En Europa murieron en el Mediterráneo más de 20 mil personas en los últimos cinco o seis años. Imagine usted si hubieran sido ciudadanos alemanes, estadounidenses o canadienses los fallecidos. Sería un escándalo. Pero eran africanos, eran del Medio Oriente, gente que no tiene el mismo valor para cierto sector de la sociedad. Hay gente desechable. La idea de subhumanidad es la fragmentación. Es la dificultad que tenemos en nuestras sociedades de crear una humanidad total, no para todos, porque no hay humanidad sin deshumanidad, sin que algunos no sean tratados como debidamente humanos, como pasa todos los días en nuestras sociedades.
Escuchá la entrevista completa en Radio Perfil FM 101.9.
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