Hay un sector desplazado del kirchnerismo duro que culpa a Máximo Kirchner y a La Cámpora por la derrota del domingo y los acusa de ejercer una “hegemonía sectaria y excluyente”. Uno de ellos es el piquetero Luis D’Elía, quien, digan lo que digan, conoce como pocos el Conurbano profundo desde su propio corazón, en La Matanza, más allá del Camino de Cintura. Claro que el recién liberado D’Elía sangra por la herida de haber sido abandonado a su suerte, según él, mientras cumplía 1.000 días de prisión. Sin embargo, mientras en la cúspide del Frente de Todos se pasan las facturas y los camporistas hacen punta pidiendo cambios en el gabinete de Alberto Fernández y una lluvia de plata hacia los bolsillos populares, voces como la de D’Elía, de inexistentes lazos con los enemigos del Gobierno, sirven para ver el clima que hay en el oficialismo a nivel del territorio, donde, en definitiva, se definen las elecciones.
Cuando se habla de la política territorial del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, se la suele sintetizar en la figura del hijo de Cristina. Es una simplificación, claro. En realidad, el día a día de esa misión lo encabeza Andrés Larroque, “El Cuervo”, que es el secretario general de La Cámpora y no por casualidad maneja el Ministerio de Desarrollo de la Comunidad en el team de Axel Kicillof, desde donde se coordinan las políticas sociales bonaerenses. Larroque fue quien, ayer, hizo punta en la seguidilla de declaraciones públicas enderezadas a cargar las tintas sobre las responsabilidades y los cambios de actitud que, según su sector, debe asumir la Casa Rosada si quiere evitar una catástrofe en las elecciones de noviembre.
Hay un contrasentido mayúsculo en el discurso del oficialismo: hasta hace 5 días, todos sus representantes alzaban la bandera –y creían que la llevaban a la victoria- de la cantidad monumental de ayudas económicas y planes sociales distribuidos para enfrentar la crisis agravada por la pandemia; y, ahora, resulta que fue poco y Martín Guzmán es casi un símbolo nacional de la tacañería y el conservadurismo, casi un representante del FMI en el Gobierno. Ya en mayo, un mes y medio antes de iniciarse formalmente la campaña electoral, se habían ampliado distintas políticas sociales y alimentarias. No alcanzó. La pregunta es: ¿qué alcanzaría para satisfacer a todos y dar vuelta la elección? ¿Cuánto cuesta eso? ¿Cómo se lo paga?
El “Cuervo” Larroque ha sido, desde que Néstor Kirchner lo ungió como secretario general de La Cámpora, el referente en el que cada aspirante a kirchnerista debía mirarse. Incluso Máximo, en un principio. Porque “El Cuervo” es austero, disciplinado, sabe caminar el barro y escuchar las demandas de la gente. Otras de sus “cualidades” resultan conflictivas a la hora de armar un frente: es ultra orgánico, verticalista y se lo define como “un doctrinario”. Su gran experiencia militante contrasta con su absoluta inexperiencia productiva. Desde esa formación, el ascenso en las estructuras del Estado puede generar visiones parciales de la realidad. Me refiero, por ejemplo, a saber detectar necesidades y repartir recursos, pero sin tener la más mínima idea de cómo generarlos, que, en definitiva, de eso se trata la política propiamente dicha. Generar riquezas, administrarlas y distribuirlas en un círculo virtuoso.
Puede que el hegemonismo sectario y excluyente que denuncia el herido Luis D’Elía no sea más que una visión microclimática de la realidad, complicada por un burocratismo exacerbado en el salto de un cargo público al otro. Tapar todo con plata del Estado, incluso las derrotas, termina siendo una ideología en sí misma, basada en mantener el puesto de trabajo.
El tema de fondo parece ser el siguiente: si doce años de kirchnerismo no pudieron evitar a Macri ni cuatro de macrismo pudieron evitar la vuelta de los K y dos de Alberto no pudieron evitar estas PASO, el asunto no parece ser una elección u otra, sino la falta de confianza de la población. Y eso no se cura con una lluvia de billetes devaluados. Pan para hoy…
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