Wednesday 24 de April de 2024
Perfil

Alberto Fernández y Fabiola Yáñez | Años cumple cualquiera, la palabra es otro precio…

PODCASTS | Por Edi Zunino | 13 de August 10:19

El 1° de marzo del año pasado, Alberto Fernández inauguró por primera vez en su vida –y como Presidente de la República- un período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional. Se puso una meta esencial. Dijo: “Necesito que la palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, en una democracia, el valor de la palabra adquiere una relevancia singular”.

Fue un buen discurso. La prensa oficialista celebró el mensaje. Leo Página/12 del 17 de marzo del 2020: “Recuperar el valor de la palabra toma un lugar primordial en tiempos de pobreza argumentativa y discursos efectistas. Implica poner la política en el centro de la escena, remendar la institucionalidad y robustecer la democracia, en donde todo debate y discusión sea bienvenido. Porque es en base al silencio cómo se alimentaron los sótanos de la democracia. ‘Palabrizar’ todo debe ser la tarea fundamental para hacer públicos los problemas que nos aquejan como sociedad y que debemos resolver. Lo que se nombra construye realidades. Recuperar la palabra implica la misión de que los dichos y los hechos se crucen en la calle. Es comprender a la palabra empeñada como elemento central que guíe el modo de ser y de actuar del nuevo proyecto político fundante”. ¡Guau!

Cuatro meses después, ya estábamos en medio de una pandemia bíblica y nos sentíamos bien guiados por un extraño triunvirato conducido por el Presidente que nos prohibía explícitamente movernos y reunirnos, lo cual estaba muy bien, pero todo indica que él, su pareja y sus amigos estaban fuera de la norma. Según coinciden los registros de visitas a la Quinta de Olivos y unas fotos recién divulgadas, en el cumpleaños número 39 de Fabiola Yáñez no hubo aislamiento ni distancia social y la falta de barbijos dejaría en claro que, al menos entre las 21.30 del martes 14 de julio de 2020 y la 1.47 del miércoles 15, se cayeron las caretas más encumbradas del país.   

Hacer una fiesta en la casa de los que mandan cuando estaba explícitamente prohibido (por parte de los que mandan), convierte una simple acción privada del Presidente en un affaire público. En un ataque a la salud pública, según la propia lógica oficial. Y, dadas las circunstancias, implica también millones de afrentas a nivel personal en simultáneo: los demás no podían siquiera visitar a la abuela o velar al papá muerto de Covid-19 o de cualquier cosa que hubiera muerto. Lo digo, incluso, con conocimiento de causa. El cura mamado en una juerga o el comisario y el juez jugando al póquer por plata en un garito son chistes de salón al lado de papá y mamá yéndose de joda mientras intuban a la tía. Recuperar el valor de la palabra significa, también, considerar en su exacta dimensión que delito y doble moral son palabras pesadas. 

Las palabras más grandilocuentes suelen perder sentido por obra y gracia de pequeños actos aparentemente cotidianos. Nadie está a salvo de ser débil ni egoísta o bolas tristes. Y hasta tal vez tenga razón el otro Fenández, Aníbal, al decir que el cumple de una primera dama “no tiene punto de comparación con la gravedad institucional de que un mandatario reciba en secreto autoridades judiciales para perseguir adversarios”. Pero, en tal caso, haberle asignado un rol tan estratégico y patriótico al valor de la palabra no habría sido más que otra vuelta de palabras huecas. El problema no son Alberto y Fabiola, sino hasta qué punto el ensimismamiento y la frivolidad de los gobernantes pueden demoler el mensaje que se pregona. El privilegio nada tiene que ver con la igualdad y la inclusión. Y, en este caso, tampoco con la ley. Por aquellos días, el Presidente aseguraba, con el dedo en alto, que sus actos se iluminaban por el mandato de la ciencia. Acá, la meritocracia se pregona desde la reposera y la igualdad de oportunidades, desde una velada elegante y prohibida. Puede parecer ficción, pero vivimos en un país donde su principal figura pública está a punto de ir a juicio político por un happy birthday to you.

“Haz lo que yo digo, no lo que yo hago” es el apotegma de la truchez desde antes que Séneca diera consejos en las cortes de Nerón. Se la justificó por los siglos de los siglos en la invisibilidad de los actos privados. ¡Qué antigüedad! ¿Quiénes nos gobiernan no saben que el secreto no existe más? Ya ni viveza criolla nos queda… 

Hasta ayer, los protagonistas de esta triste historieta no habían dado su versión. Se deslizaban apelaciones al Photoshop y a las fakenews, aun frente a documentación que merecía ser tomada en serio y explicada sin vacilar. Ahora, el jefe de Gabinete salió a pedir perdón por “un error que no debía haber pasado y estuvo mal”. Suena a poco para que la palabra oficial recupere algo de crédito en tiempos donde la pasamos tan terriblemente mal. Pero, bueno, esto es la Argentina. ¿De veras nos interesa la palabra?

por Edi Zunino

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