Friday 19 de April de 2024
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Segunda ola de Covid-19: los que mandan están tapando una gran salida de emergencia

POLITICA | Por Edi Zunino | 07 de April 11:06

No hace tanto, ni medio siglo hace, el economista canadiense-americano John Kenneth Galbraith fue convocado por la BBC de Londres para hacer una serie documental a la vez lanzada como libro y titulada “La era de la incertidumbre”. Alumno brillante de Harvard, asesor personal de John Fitzgerald Kennedy y crítico de las certezas absolutas en la economía de mercado, Galbraith era más que nada un pragmático, aunque Margaret Thatcher pidió que la serie no se emitiera por el canal público, por “parcial y socializante”. Es que Galbraith, que con aquel trabajo pasó a ser el intelectual del momento, planteaba reformas keynesianas e inclusivas y reivindicaba el papel del Estado en la planificación de políticas y la solución de conflictos. Para definirlo en una frase suya que puede resultarnos familiar: “Donde funciona el mercado, estoy a favor. Donde el gobierno es necesario, yo estoy a favor. Me es profundamente sospechoso alguien que dice: ‘Estoy a favor de la privatización’ o ‘estoy profundamente a favor de la propiedad pública’. Yo estoy a favor de lo que funcione en cada caso en particular”.

Las ideas de Galbraith quedaron ahí: el neoliberalismo se impuso como único rumbo posible tras la caída del Muro de Berlín. Hoy recobran sentido. La era de la incertidumbre, que él definió en lo económico, invadió el terreno de las ideas y las representaciones políticas quitándole razón de ser –y conveniencia- a cualquier clase de certeza.

La idea de que absolutamente todo es discutible y nada de nada es verdadero pasó a ser el dogma de la post-posmodernidad, lo cual es en sí mismo un contrasentido porque los dogmas no se discuten. O sea, lo que desde un punto de vista filosófico y científico puede ser un motor –la duda, digo-, convertido en indudable por la política pasa a ser sólo el terreno simbólico para la construcción, la destrucción y la sucesión de mayorías transitorias que sostengan tales o cuales proyectos de poder.

Hoy, la era de la incertidumbre llegó al summum: se discute la esfericidad de la Tierra, se discute la salubridad de las vacunas, se discute la restricción de circulación de gente para frenar el traspaso del virus que se transmite de persona a persona… Se discute todo y cada cosa que diga el rival, lo cual convierte al dirigente en lo único cierto para enfrentar la supuesta incapacidad del otro. Una sociedad que duda puede ser exitosa, pero si duda, por ejemplo, de lo que debe hacer para cuidar su salud, puede ser una sociedad enferma.

La falsa y enfermiza división entre sanitaristas y economicistas en medio de la pandemia sólo genera pérdida de convicción y de tiempo para lo que se debe hacer. La politización de la salud –desde un punto de vista partidista- es un remedio peor que la enfermedad, porque desmotiva, deprime y convierte a la política –a la mala política- en un tremendo factor de estrés. Y también de riesgo.

Estamos viviendo escenas de panic attack en el arranque de esta segunda ola. Nos están prohibiendo una salida de emergencia por el lado de lo práctico. Lo que debería suspenderse, de algún modo, es la lógica del oficialismo y la oposición como única concepción de funcionamiento democrático, al menos mientras dure esta segunda ola del Covid-19 que, según se especula en algunas proyecciones científicas, nos estaría llevando a 35.000 o 45.000 casos por día en las próximas semanas.

Quiero decir: ya hay suficientes motivos para desmotivarse como para andar todo el día sumando más. En tiempos normales, digamos, el show político puede tener un valor descompresor y catártico. Ahora, en tiempos con problemas tan agudos y tan claros, la politiquería tira para atrás. Oculta al enemigo principal. Lo desdibuja. Y nos deja sin liderazgos. Líder es el que guía, no el que grita más fuerte por la tele o en internet.

Hace falta sumarle todos los esfuerzos a lo verdaderamente importante. Sí, por qué no: una tregua. Pero ya.

 

por Edi Zunino

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