Saturday 20 de April de 2024
Perfil

Qué me contás: ¿El Subcomandante Alberto entró en “modo Chávez”?

POLITICA | Por Edi Zunino | 10 de June 12:18

Tengo acá una foto de Alberto Fernández y Néstor Kirchner muy sonrientes con un Hugo Chávez de guayabera verde oscuro y los gestos típicos de quien está contando una anécdota picante. La foto es de hace casi 15 años. Noviembre de 2005. Una semana después de la VI Cumbre de las Américas en Mar del Plata, donde Kirchner, Chávez, Lula, Tabaré Vázquez y otros se le plantaron a George W. Bush contra el tratado de libre comercio llamado ALCA. Aquel fue el pico inicial del enamoramiento con la Venezuela “bolivariana”, sellado en esos mismos días con una serie de acuerdos de colaboración mutua presentados por Néstor K como “históricos”. Lo verdaderamente histórico terminaría siendo una relación con muchos menos claros que oscuros.

Hay que decirlo: Alberto Ángel Fernández nunca fue, ni por las tapas, el más chavista del Team K original. Un poco por modales, pero sobre todo por funciones, la relación más estrecha con el régimen venezolano quedó en manos de Julio De Vido, que hasta llegó a instalar una “embajada paralela” en Caracas. Ido Alberto en 2008 y muerto Kirchner en 2010, el Chávez del final pasó a ser el gran símbolo de la versión radicalizada de sí misma que adoptó Cristina Fernández para irse yendo y soñar con volver.

Hoy Venezuela no es ni siquiera la caricatura de lo que fue. En términos políticos es más adjetivo que sujeto. Sirve para descalificar. Es un modelo peligroso de lo que no se debe. Y la Argentina pelea entre madurar o repetirse a sí misma, sacudida por la pandemia, empobrecida cada minuto más y gobernada por un peronismo en estado gaseoso y sin más palenques internacionales donde rascarse que el Fondo Monetario Internacional.

“Vamos camino a ser Venezuela” es un latiguillo que prendió entre los referentes y votantes del antiperonismo. La recurrente amenaza carece de sustento empírico, político e histórico, pero es fácil de entender y construye oposición simbólica, frente a un gobierno peronista con un presidente ungido y secundado nada menos por aquella mujer que jamás renegó de su “chavismo platónico”.

En campaña y ya asumido, Alberto Fernández se ha visto más de una vez en figuritas para mantener el equilibrio entre despegarse del chavismo y evitar volverse anti-chavista. Hoy mismo le quema Venezuela. La centralidad que alcanzó en la conducción por decreto de la crisis sanitaria, económica y social y el uso del término “expropiación” para enfrentar el Caso Vicentín le dejaron servida a sus críticos una conclusión doblemente incómoda para quien se pretende líder: “No es que sea tirano, es un monigote de la verdadera y única tirana”.

De golpe se sintió forzado a dar explicaciones. Uno: “Las decisiones las tomo yo, no Cristina. No permitiría que nadie me imponga nada”. Dos: “La economía argentina está dada vuelta y el de Vicentín es un caso absolutamente excepcional. Lo que intento es volver a construir un capitalismo más ético y que se distribuyan mejor las cargas”.

Discutir el “chavismo” de Fernández, ya sea propio o inoculado en el laboratorio cristinista, es discutir el sexo de los ángeles. Nada verdadero ni sustancial. Sólo imágenes fuertes y palabras duras para aglutinar opositores sin demasiada idea de qué hacer. O ninguna.

Los que detrás de Alberto sólo ven a Cristina, pierden de vista el peso determinante que adquirieron los gobernadores no kirchneristas en el entramado del nuevo poder. Y quienes sólo saben adjetivar el debate público, tal vez deberían escuchar al menos opositor de los no oficialistas, Roberto Lavagna, que puso reparos históricos frente al Caso Vicentín, señaló que aún así el Estado tiene que tomar cartas en el asunto  de alguna manera contundente pero sin exagerar, y, sobre todo, que sea el Congreso Nacional quien decida.

Mejorar la calidad del debate político puede ser el mejor servicio cazafantasmas.

por Edi Zunino

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