Thursday 18 de April de 2024
Perfil

Casi una carta para Graciana Peñafort

POLITICA | Por Edi Zunino | 29 de June 12:35

El llamado Caso D’Alessio que nos sacudió el año pasado y el EspíaGate, que nos sacude ahora, tienen tres ejes comunes:

• Uno: salgan como salgan uno u otro asunto (que tal vez resulten ser el mismo, aunque sea por parentesco), algo tendrá que hacer el Estado para poner en caja, en valor y dentro de la ley a los servicios de inteligencia, que han sido tan nefastos como inútiles y constituyen una de las grandes deudas de la democracia que supimos reconquistar hace ya casi cuatro décadas.

• Dos: ambas causas judiciales dejan bien parado al kirchnerismo en el lugar que más le gusta, el de las víctimas y los perseguidos, después de tanta hilacha sucia mostrada.

• Un tercer eje pasa por las dudas sobre la calidad del periodismo argentino, su independencia de los poderes fácticos y la relación con las fuentes informativas.

Antes que nada, quiero decir que me parece potencialmente buenísimo que se discuta en público la profesión que me apasiona y de la que vivo, así como me parece positivo, por más incómodo que pueda resultar, que se revelen sus lados oscuros.

Nosotros, los periodistas, autoasumidos garantes con carnet de esta época en que ya no existen los secretos, no podemos pretender ninguna coronita. Tampoco una credibilidad a libro cerrado, cuando ya no se cree básicamente en nadie de ese modo. No me encanta la crítica. Duele. ¡Pero lo bien que hace!

Los periodistas tenemos acceso a fuentes y, por suerte, contamos con libertades consagradas para publicar la información a la que accedemos. Ahora bien: ¿es posible que la relación con esas fuentes se pase de la raya? Digo más: ¿se presta esa zona sombría para las maniobras políticas o las operaciones de mal llamada inteligencia? Si, es posible. Sí, puede prestarse. O sea, “puede fallar”, como decía Tu Sam. Y juego con las palabras de un ilusionista porque el periodismo podrá haber “perdido la magia”, pero no es magia. Ni arte, ni espectáculo ni nada más que un show.

Claro que nada de lo señalado significa que el periodismo sea sus errores y mucho menos sus eventuales horrores. Detrás de esa idea se agrupa cierto ultra kirchnerismo que, por impulso pasional o el infaltable microclima o cuentas pendientes o admiración o por puro ego, arrastra a personas racionales, honestas de cabeza y decentes de corazón a ver las cosas en un blanco y negro que estaba bien hasta el primer Fellini. O Hitchcock. Pienso, por ejemplo, en Graciana Peñafort, con quien converso bastante y me encanta hacerlo. La leí ayer, como todos los domingos, en “El cohete a la luna”, el diario digital de Horacio Verbitsky.

Al político le cabe prohibir. Al abogado le sienta denunciar. Hay una marcada tendencia en los K a denunciar al periodismo, con fuerza de censura, por tener fuentes sin nombre ni apellido que, además, pueden no ser exactamente buenas personas. 

A ver… La cosa funciona así: tengo derecho a tener las fuentes que sea y a publicar lo que se me cante.

Pero tengo el deber de no cometer delitos y de ponerme a disposición de la Justicia si me llama la atención motu propio o porque lo publicado ofendió a alguien que me denunció.

Y, en ese caso, tengo derecho a defenderme.

De todos modos, nada de esto es lo central. Lo central del asunto es el derecho de la sociedad a saber las cosas que pasan y también su obligación, por madurez ciudadana, de discernir pajas de trigos en la información que recibe. Y en la calidad de los periodistas que sigue o los medios que consume.

El poder rechaza que los medios manipulen a la población. Eso, que puede sonar muy bien, parte de la premisa de que la población es manipulable. Y de que, si los periodistas dejan de existir, al poder le queda el camino limpito para correr solo. El debate público ilustra.  

Esta va derecho para Graciana… Ya lo dije alguna vez: después de haber visto, revisado y dado vuelta el caso Memorándum con Irán, estoy seguro de que la Justicia va a terminar anulando todo ese mamarracho y el Estado, pidiéndole perdón a la familia de Héctor Timerman, su cliente y amigo, que pudo haber sido criticado por muchas cosas, como cualquiera, pero no fue ningún traidor a la Patria ni mucho menos a la colectividad de la que formaba parte.

Pero no todo ha sido tan "lawfare". El Estado, este de ahora, el que conduce Alberto, sigue siendo litigante en ciertas causas, piensa rematar bienes de Lázaro Báez y el secretario Muñoz y no quiere pagarle deudas previsionales al condenado Boudou (ni a Macri ni a Michetti).

Periodismo y política… es un tema. Periodismo y corrupción también, si les gusta. Política, justicia, espionaje, corrupción y uso del periodismo en beneficio de unos y otros. Periodismo militante (del color que sea). Periodismo, ceguera y parcialidad… Lo que gusten. Pero con periodismo indisciplinado. A plena luz. Bien lejos del silencio.

por Edi Zunino

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