Enseña en la Universidad desde la que llega Martín Guzmán. Compartió en Estados Unidos actividades académicas con la propia Cristina Kirchner y es una de las especialistas más importantes del mundo en la política de nuestra región.
¿Qué significa para América Latina la salida de Donald Trump y la llegada de Joe Biden?
Fue un cambio muy significativo; tal vez de los más significativos que vivió Estados Unidos en los últimos tiempos. Las variaciones de política pública parecen ser muy dramáticas. La administración Trump fue un momento de ruptura. Este parece querer ser otro momento de ruptura con esa ruptura previa. ¿Qué significa para América Latina? Es una administración con grandes desafíos domésticos, llega al gobierno con una crisis sanitaria y económica. Gran parte de la agenda para América Latina está influida por el impacto doméstico. El tema migratorio es muy importante. Hay una reforma migratoria presentada al Congreso. Afectará la relación con México y los países centroamericanos. No solo por sus ciudadanos en Estados Unidos y por los que quieren venir, sino también por el papel que jugó México en la política migratoria norteamericana, que fue muy fuerte durante la administración Trump. El papel de hacer el trabajo sucio de contener a los migrantes. Y una segunda área que también es muy importante desde el punto vista de la política doméstica y va a afectar a la región es el medio ambiente. Es una administración que llegó con promesas muy fuertes. La coalición de gobierno le exige mucho respecto del cambio climático, las energías no renovables, la conservación del medio ambiente. Ahí hay dos jugadores que fueron los aliados tradicionales de Estados Unidos: Brasil, con el tema del Amazonas sobre todo, y México, con el tema de las energías no renovables, por la gran apuesta que ha hecho Andrés Manuel López Obrador a Pemex en su administración. Ahora mismo privilegió a Pemex y sus energías no renovables en la producción de electricidad, incluso en contra de los términos del tratado entre Estados Unidos, Canadá y México. Hay que pensar que cambiarán otras cosas. La política de drogas marcó, en general con grandes fracasos, la relación de Estados Unidos con América Latina. Me parece que hay intención de repensar los fracasos. La coalición de gobierno apoya en muchos estados la descriminalización de las drogas o de ciertas drogas, de repensar el tema de la guerra contra la droga. Eso va a afectar sobre todo a Colombia y a México. Hay una relación muy conflictiva con México respecto de la guerra contra las drogas que se vio en el caso reciente de un ex ministro de Defensa mexicano, el general Salvador Cienfuegos, que fue apresado en Estados Unidos con una denuncia de la DEA sin informar al gobierno de México y que provocó mucho conflicto. Finalmente, él fue retornado a México y exonerado. Será un área que deberá repensarse. Y después quedan dos áreas más, una que tiene mucho que ver con la política doméstica y las elecciones que vienen para las próximas legislativas, que es Cuba y Venezuela. El papel de Florida fue clave para pensar la política para Cuba y Venezuela. Los demócratas tienen una mayoría muy ajustada, deberán ser muy cuidadosos con lo que hagan. Durante la administración Obama, Biden y su secretario de Defensa, su canciller en particular, tuvieron un papel muy destacado en la renovación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. La velocidad del cambio será más lenta en esta ocasión. Las sanciones probablemente se usen como moneda de cambio y se empuje una agenda más bilateral respecto de Venezuela. Finalmente, lo que parece de difícil concreción es el interés renovado que presenta esta administración por temas de democracia y derechos humanos, algo que no se veía en el discurso de las administraciones norteamericanas para la región hace muchos años y que también parece de bastante difícil concreción. Los casos más importantes en ese tema son los tres que se denominan el triángulo del Norte de Centroamérica: Guatemala, Honduras y El Salvador. Se prometieron 4 mil millones de dólares en ayuda financiera a esos países, pero la idea es que no se pierdan ni sean malgastados. Eso implica un proceso de gobernanza y de discusión de los procesos de corrupción.
—Argentina tiene la expectativa de que con la salida de Trump y la llegada de Biden se mude el eje de su alianza Washington-Brasilia por Washington-Buenos Aires. ¿Hay una oportunidad para Alberto Fernández y un problema para Brasil? Hay que pensar dos cosas. Los presidentes de Brasil y de México reconocieron muy tarde la victoria de Biden. Fueron los principales aliados de Trump en la región. La administración de Biden retornará a la política de Estado para América Latina, la que empujaba el Departamento de Estado. Intentará rehacer de forma pragmática sus relaciones incluso con Bolsonaro y con Andrés Manuel López Obrador, porque México y Brasil son históricamente los grandes aliados de Estados Unidos en la región. Es verdad que Argentina tiene una oportunidad. Si bien no va a tener nunca la dimensión de México y Brasil, que tienen más en común o de sintonía con la administración demócrata. Que exista una oportunidad no quiere decir necesariamente que sea aprovechada, pero hay gente dentro de la administración que está tratando de hacer cosas en este sentido. Hay políticas en Argentina que no tienen que ver con Estados Unidos, como por ejemplo la legalización del aborto, que en el contexto de la dinámica política norteamericana implica un alineamiento con el Partido Demócrata. Generan simpatías en la administración. Si esas simpatías se pueden explotar y demostrar que es un gobierno aliado y no necesariamente antinorteamericano, se genera una oportunidad en la reconstrucción de las relaciones.
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