Thursday 28 de March de 2024
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La fiebre del caucho

PODCASTS | Por Esteban Nigro | 16 de February 10:00

El río Amazonas es el más caudaloso del mundo. En su recorrido atraviesa Perú, Colombia y Brasil, para desembocar en el océano Atlántico. Tiene anualmente dos estaciones bien marcadas: una de aguas bajas, donde debemos bajarnos de la canoa para empujar y otra de aguas altas, que nos permite navegar tocando las copas de árboles. Si estuviéramos por allí perdidos con una canoa, tal vez después de mucho remar llegaríamos a una ciudad llamada Manaos.

Al caminar por sus calles, cuál sería nuestra sorpresa al descubrir allí uno de los 15 teatros más lujosos del mundo. Inaugurado en 1895 posee mobiliario de París, escaleras de mármol de Carrara y 32 lámparas araña de cristal de Murano. ¿Cómo puede ser posible? Nos asombraríamos también en saber que en el año 1900 esta ciudad ya contaba con 15 kilómetros de tranvía eléctrico, cuando en Nueva York aún había de los tirados por caballos. Según relatos de la época: “Los magnates prendían sus habanos con billetes de cien dólares y sus esposas, enviaban sus ropas a Portugal para ser lavadas”. ¿Pero cómo es esto posible? Bueno, si ya conocemos cómo era la vida en 1900 en Manaos, miremos la historia de ahí para atrás. Tras el descubrimiento de América, la Amazonía se mantuvo en estado de aislamiento durante los primeros cuatro siglos. La razón era simple: no poseía riqueza mineral alguna.

Apenas había una extracción de látex que provenía de hacer una incisión en la corteza de un árbol, conocido como árbol del caucho. Ese látex cuando se deja expuesto al aire forma un caucho natural. Las civilizaciones mesoamericanas lo usaron para crear lazos y atar así sus herramientas, para dar impermeabilidad a sus telas, e incluso hacían un tipo de calzado de goma sumergiendo sus pies en una mezcla de caucho. Pero por entonces no dejaba de ser de baja calidad, con el tiempo se resecaba volviéndose inservible.

Pero en 1839, por accidente, un tal Goodyear (que tal vez nos suene) descubrió que si mezclaba látex con azufre y lo calentaba, creaba un caucho muy resistente. Goodyear llamó a esto: vulcanización. Y a partir de ahí todos, todos los ojos se dirigieron al Amazonas. Siendo el único lugar en el mundo donde había árboles de caucho, cualquiera quería hacer negocios allí. Y vaya que fue redituable. Esencial para la industrialización, el caucho era tan importante para la economía como lo es el petróleo en la actualidad. La demanda era insaciable: cables de telégrafo, artículos militares, juntas, mangueras y con la invención del automóvil, cubiertas.

Viendo en retrospectiva, ahora entendemos, por qué nos encontramos perdido en la selva un teatro de ópera con tanto lujo. Pero mientras los magnates vivían una belle époque asistiendo a óperas y sus mujeres usaban ropas lavadas en Portugal, sucedió algo detrás del telón. En secreto, un tal Henry Wickham se robó lo más preciado del Amazonas. Juntó 70 mil semillas del árbol de caucho y haciéndolas pasar por "especímenes botánicos extremadamente delicados", metió la preciosa carga en la bodega de un barco a vapor y navegó hacia Inglaterra.

El destino de la industria del caucho amazónico estaba sellado. Sorpresivamente en 1913, el caucho de Ceilán (por entonces colonia británica), inundó el mercado. Habían desarrollado plantaciones, y su producción era mucho más redituable que la silvestre del Amazonas. En 1900, Brasil producía el 95% del caucho del mundo. Para 1930, se había reducido al 2%. De un día para el otro, el comercio del preciado producto pasó a manos del Imperio Británico.

Pero ojo, que esta historia tiene una vuelta de tuerca más. Durante la segunda guerra mundial, se creó un caucho sintético a partir de derivados del petróleo que era mucho más económico. Y rápidamente la producción de caucho sintético superó a la de caucho natural. Así como Manaos había sido abandonada por los productores para invertir en las nuevas plantaciones de Ceilán; ahora la invención del caucho sintético hacía abandonar Ceilán.

Y si ya vueltos al pago, después de nuestro viaje por el Amazonas, una tarde sentimos nostalgia por aquel árbol de caucho; a no preocuparse que aún podemos visitar a un pariente suyo. Basta con acercarse a cualquier plaza o parque de nuestra ciudad y buscar un gomero. Nos podemos acercar, tocarlo e incluso llevarnos alguna hoja. Eso sí, no nos sorprendamos si después nos quedan las manos pegajosas. Allí entre los dedos descubriremos látex.

por Esteban Nigro

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