Tuesday 23 de April de 2024
Perfil

Homo Viator: Haroldo Conti en el camino

PODCASTS | Por Elisa Salzmann | 12 de August 17:00

Se cumplen los 200 años de la Universidad de Buenos Aires y generalmente se evoca para hablar de su prestigiosa historia a los premios Nobel, a los presidentes y a tantas otras celebridades. Haroldo Conti pasó también por esos claustros según los datos de su biografía, aunque este paso por la Facultad de Filosofía y Letras aparezca a veces opacado por su paso por el Seminario Metropolitano Conciliar de Villa Devoto. En la entrevista “Un simple trabajador” realizada por Heber Cardoso y Guillermo Boido publicada en La Opinión, 15 de junio de 1975 y replicada en Página 12 años después dice Haroldo sobre sus comienzos como escritor:

“Un día en el colegio de curas donde estudiaba, se me ocurrió escribir una novela misional, sobre aventuras de misioneros en tierras extrañas. La novela se llamaba Luz en Oriente. No me acuerdo si la terminé. Así fue naciendo la cosa. Después ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras y hubo una época de silencio en la que me dediqué a estudiar y, voluntariamente, dejé todo ese tipo de inquietudes. Por ese camino acabé siendo un triste profesor de escuela secundaria. Hace veinte años que enseño latín. Después se me dio por el teatro. En aquella época estaban en boga los teatros independientes. La experiencia fue dramática ...Por aquellos años conocí el Delta, uno de los metejones de mi vida, me dediqué a construir un barco, me fui metiendo muy adentro de un determinado mundo, fui conociendo la gente de la costa, los isleños, la gente de barcos. Y con toda naturalidad, mientras construía ese barco, surgió  Sudeste. Así empezó todo.”

Todo quiere decir sus cuentos recopilados en Todos los veranos (1964), Con otra gente (1967). La balada del álamo carolina (1975) y las novelas Sudeste (1962), Alrededor de la jaula (1966) En vida (1971) y Mascaró el cazador americano (1975). Releer hoy los cuentos de Haroldo Conti, o ver la película  El retrato postergado de Andrés Cuervo puede acercarnos a la dimensión revolucionaria de su literatura: esa dimensión en la que como dice allí el propio Haroldo “yo quería una literatura que no se interpusiera ante uno y la vida sino que fuera un modo de conocerla y penetrarla mejor.” La vida que él retrata es la del pueblo chico, Chacabuco, desde donde salió a vender en un charret con su padre tendero ambulante; es la vida de Pedro Seretti en el cuento “Mi madre andaba en la luz”  que se llega frente a ella como un forastero e imagina el centro del mundo, una cocina económica, una Carelli,  mientras se “rompe el culo junto a la continua No 2 de la Papelera del Norte” en Villa Cartón. En la literatura de Haroldo hay tiempo y espacio para imaginar y sentir desde la perspectiva de un álamo carolina, el de su famosa Balada. “¿Por qué no estaba él allí? ¿Por qué había nacido solitario? ¿Acaso él no era como un resumen de un bosque, cada rama un árbol? Todas estas preguntas le respondió el bosque, sus hermanos, noche a noche. Esta y muchas otras porque a medida que se ponía viejo, en medio de aquella soledad, se llenaba de tantas preguntas …” La literatura de este profesor de latín está llena de respuestas para un día como hoy. Porque traspasado el umbral de la realidad e inmersos en cada gesto de su mundo ficcional los lectores, viajeros al fin, contarán con nuevas formas de percepción, como la del vago aquel, ese último que se despoja de todo hasta de su bicicleta para seguir en el camino. Dice el vago: “Debiera explicar lo que entiendo por estar preparado porque es un término más bien de ustedes pero no vale la pena y además el camión está cerca.

Es un camión, efectivamente.

Mi cuerpo se pone de pie liviano y contento. Es la ventaja que les decía. Eso me tiene constantemente de buen humor o a lo sumo de un humor melancólico, lo cual me ayuda a pensar en todas estas cosas que me enseña el camino. Estoy limpio y vacío en medio de él, de manera que siento la tierra como nadie podría hacerlo en este momento, excepto otro vago.

El tipo me debe haber visto y tal vez se alegre porque viene solo. Extiendo mi admiración por los raidistas a los camioneros también. Por lo menos cuando están en el camino se parecen más a nosotros que a ustedes. Lo digo sin rencor.

No sé a dónde me llevará ese camión ni qué será de mí el día de mañana. La verdad que el día de mañana no existe para mí y creo que por eso me siento vivo.

Levanto la mano y el camión se detiene.

Hace un rato era una mancha borrosa al extremo del camino. Sé que en este punto mi vida se cruza con la del tipo que trae encima y que a partir de ahora me nace otra vida, por así decir. Sé también que como estoy limpio y vacío le sacaré todo el gusto posible.

Así una vez y otra vez.

El tipo abre la puerta y agita una mano.

¡Allá voy, donde sea!”

Bienvenidos a la aldea global de Haroldo Conti, profesor de latín.

por Elisa Salzmann

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