Monday 18 de March de 2024
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Gilles Lipovetsky: "Vivimos una era de una nueva angustia, llena de comunicación y smartphones"

PODCASTS | Por Jorge Fontevecchia | 19 de May 10:00

Su libro de 1983, La era del vacío, produjo una revolución en la sociología. Es uno de los pensadores esenciales contemporáneos. Fue definido como alguien que lleva “casi cuarenta años metiendo el bisturí en las zonas pantanosas de las sociedades modernas e hipermodernas”. Hoy, preocupado por la educación de los jóvenes y el exceso que implican las redes, su último texto, Gustar y emocionar, pone en contexto el fenómeno social y ético de la seducción.

¿La hipermodernidad corrió los límites entre la filosofía y la sociología?
La hipermodernidad sin duda desdibujó los límites entre la filosofía y la sociología para algunos filósofos y algunos sociólogos. Pero las disciplinas continúan existiendo. Tomemos a la sociología: es una profesión, con reglas, método, y filosofía, además de una historia propia. Probablemente haya intercambios y nuevos encuentros entre la filosofía y la sociología, pero no podemos decir que todo sea una mezcla. En lo que a mí respecta, en mi propio trabajo, de hecho, no hago la distinción entre filosofía y sociología. Pero es algo personal, que alude a mi actividad. También hay muchos sociólogos y filósofos que se definen como tales. No es una regla general.

¿Vivimos tiempos de una política más sociológica que metafísica?
En efecto. Podemos decir que desde Friedrich Nietzsche nos encontramos en una época de decadencia de la metafísica, iniciada con el célebre “Dios ha muerto”. Lo que caracteriza a las sociedades modernas e hipermodernas es que ya no existe un fundamento metafísico para nuestras verdades y por lo tanto la dimensión sociológica es de capital importancia. Pero no solo la sociológica: inciden la tecnología y la ciencia y la política. La metafísica tuvo un papel importante en sociedades antiguas que eran religiosas. Las instituciones se articulaban a partir del mensaje religioso. Las sociedades secularizadas son diferentes. Nuestras sociedades están controladas por algo más que la metafísica. Por tanto, cabe preguntarse si la política es más sociológica en estos tiempos. La respuesta es que probablemente sea así, ya que en una sociedad democrática, moderna, el Estado debe ser la expresión del pueblo, por lo tanto de la sociedad. Eso plantea problemas, ya que muchas veces se acusa a la política de no respetar a la gente. Así aparece la crisis de confianza actual: esa política queda en manos de un cuerpo de profesionales que no se preocupan lo suficiente por los intereses de las personas propios de la sociedad de la consumación.

En su análisis de la sociedad de consumo, Jean Baudrillard considera que “el consumo funciona pues como un lenguaje que comporta una parte de signo (abstracción) y una parte de significante (imagen asociada a ese signo) como la cara y la cruz –valga el ejemplo saussuriano– de una moneda. Lo que importa, para dar cuenta de la complejidad abstracta del sistema, es poner de manifiesto el arbitraje del signo en relación con la cosa que está obligado a representar”. ¿El “gustar”, del título de su último libro, “Gustar y emocionar”, es ese signo que se hace fuerte ante la cosa?
En efecto, Baudrillard desarrolló extensamente el tema en textos célebres: pero la consumación era en el plano del lenguaje y no en el que era el valor de cambio, el valor de reconocimiento el que prevalecía sobre el objeto mismo. Creo que los análisis que hizo en los años 60 y 70 ya no corresponden a la sociedad en la que vivimos. Hizo una caracterización perfecta de su época, pero los tiempos cambiaron. Hoy, los consumidores establecen un vínculo diferente: en su mayoría, están al pendiente de la cosa, es decir, de lo que les beneficia. Hay una relación más individual. Hoy, cuando se compra una sal de baño, un auto, cuando salimos de viaje, no buscamos el reconocimiento de los demás. De lo que se trata es de la búsqueda del placer. La estima, el prestigio que más cuenta es el placer, el placer que nos da el objeto o servicio que consumimos. Estamos en una era de consumo en la que el hedonismo, el disfrute, la experiencia juega un papel mucho más importante que lo que decía Baudrillard. El valor del prestigio, del estatus permanente, permanece para ciertas categorías de la población. Los nuevos ricos, los jóvenes también son muy dependientes de las marcas, de la opinión de sus amigos. Siguen en una lógica en la que el signo tiene un papel capital. Pero para una gran franja de la población, el consumo guarda relación con la intimidad. Está más cercano a la experiencia personal y la emoción. Por eso, el título del libro apela al gustar: el gustar y tocar y saborear las cosas. Saborearlas. Creo que contrariamente a lo que solemos pensar, que el mundo digital, el mundo de la velocidad, nos brinda un placer irreal, se trata de lo contrario: la gente está más atenta a su propia sensibilidad y busca el placer, los placeres, más que el puro signo o símbolo de la representación. Existen muchos ejemplos que lo demuestran: el auge de la talasoterapia, de los spa, del zen, el yoga y la proliferación de consumos de lujo. Hay una búsqueda no solo de la calidad de las cosas, sino también de la emoción de las cosas.

Escuchá la entrevista completa en Radio Perfil FM 101.9.

por Jorge Fontevecchia

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