Friday 19 de April de 2024
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Estados Unidos: la admiración de Sarmiento por “estos yanquis” tiene secuelas abiertas

POLITICA | Por Edi Zunino | 04 de November 12:11

Se cumplen 170 años de la publicación de “Argirópolis”, sin dudas el ensayo menos explorado de Domingo Faustino Sarmiento, que contiene el diseño de un país inexistente que remite a la Argentina pre-constitucional y fue inspirado en su viaje de 1847 a los Estados Unidos, donde consolidó cierta frustración por los “modelos” que venía de observar en Inglaterra y Francia, y se entusiasmó con la creación de unos Estados Confederados del Río de la Plata como paso previo en dirección a unos Estados Unidos de América del Sur.

Para esta fecha pero en 1847, Sarmiento le escribía a Valentín Alsina que Nueva York, al llegar en el barco desde Liverpool, le evocó Río de Janeiro “aunque con colores más suaves y formas menos grandiosas”, pero que el “santuario de su peregrinación era Boston, la reina de las escuelas de enseñanza primaria”. En su libro “Argirópolis”, señalaría después el ejemplo de “una capital inventada como Washington” en cuanto mensaje mensurable para empezar a resolver los problemas de “una Argentina tan heterogénea como un archipiélago”. Según este libro-utopía, la nueva capital de la confederación conjunta con Paraguay, Uruguay y las provincias del Litoral sería Martín García, por aquel tiempo dominada por los franceses.

Sarmiento llegaba a unos Estados Unidos que venían, dos años antes, de estrenar su primera elección por votos a candidatos de partidos políticos, es decir, el sistema que estamos viendo en los comicios de hoy mismo entre Donald Trump y Joe Biden. Claro que entonces sólo votaban los varones, y siempre que fuesen blancos y tuvieran propiedades. Estados Unidos venía de anexarse el norte de México y explotaba de progreso: era un vergel de convoys ferroviarios, navíos fluviales, estaciones con telégrafos y medios de comunicación en pleno desarrollo industrial, para interconectar ciudades que se multiplicaban de Este a Oeste con poblaciones instruidas o listas para eso.

Se lo contaba así al mismo Alsina: “Estos yanquis se ganaron el derecho de ser impertinentes. Cien habitantes por milla, cuatrocientos pesos de capital por persona, una escuela o colegio para cada doscientos habitantes, cinco pesos de renta anual para cada niño. Esto para preparar el espíritu. Para la materia y la producción, sólo Boston tiene una red de caminos de hierro, otra de canales, otra de ríos y una línea de costas; para el espíritu y el pensamiento tiene la cátedra del evangelio y cuarenta y cinco diarios, periódicos y revistas. La educación garantiza el buen orden de todo”.

Sarmiento hizo aquel viaje como enviado del gobierno chileno para analizar los sistemas europeos de los principales países europeos, los Estados Unidos y Canadá. Su principal objetivo en Boston era visitar a “míster” Horace Mann, ministro de Educación del presidente James Polk, décimo mandatario después de George Washington.

Fue Mann quien le abrió la cabeza sobre lo único sarmientino que nos queda hoy por hoy en la Argentina, más allá del archivado “Argirópolis” y demás escritos de seguro más bellos pero menos estratégicos. Diseñar y desarrollar un sistema educativo no era una obra fácil. Cuenta Sarmiento: “Este gran reformador de la educación primaria -se refiere a Horace Mann-, hombre de inagotable bondad y filantropía, ha tenido que luchar por las preocupaciones populares sobre educación y los celos locales y de secta, y la mezquindad democrática que deslucía las mejores instituciones. La legislatura misma del Estado había estado a punto de destruirle su trabajo, destituirlo y disolver la Comisión de Educación, cediendo a los móviles más indignos, la envidia y la rutina. Su trabajo era inmenso y la retribución, escasa. Creaba allí, a su lado, un plantel de maestras de escuela que visité con su señora, y no sin asombro vi mujeres que pagaban una pensión para estudiar matemáticas, química, botánica y anatomía como ramos complementarios de su educación. Eran niñas pobres que tomaban dinero anticipado para costear su educación, debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras”. Nuestra escuela pública, hoy bastante corroída, se mantiene, aun así, como la única política de estado ininterrumpida desde el Siglo XIX.

Leo a Sarmiento: “Salgo de los Estados Unidos con esa excitación que causa el espectáculo de un drama nuevo, lleno de peripecias. Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior, una especie de disparate que choca a la primera vista y frustra la expectación pugnando contra las ideas recibidas. Y no obstante este disparate inconcebible, es grande y noble. Para aprender a contemplarlo, es preciso educar el juicio propio, a fin de apreciarlo en su propia índole”. 

“Argirópolis” no es la copia de una experiencia ajena. Ni siquiera es una adaptación ni una traducción. Es una causa pendiente, abierta. El borrador perdido de un sueño grande, moderno, productivo, bien educado, democrático y sudamericano.

 

por Edi Zunino

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