Friday 29 de March de 2024
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A quién le importa Cuba (y para qué)

PODCASTS | Por Edi Zunino | 15 de July 11:32

Las declaraciones y tomas de partido en temas de política internacional suelen ser más golosinas para consumo interno que pasaportes al banquete del poder mundial, sobre todo cuando se los formula desde países bastante intrascendentes como el nuestro. Se las usa, en general, como pajas en ojos ajenos para que no se noten las vigas en los propios, como espejismos electoralistas, como reafirmación de la identidad que se pretende asumir ante los demás y otros sinónimos de lo que termina significando tirar la pelota afuera.

Claro que también pueden contener pistas de lo que para tal o cual puede ser el sentido profundo de la vida. La idea de que el verdadero monstruo es el más débil sólo puede caber en mentes retorcidas. Lo mismo que la alegoría de David y Goliat se queda corta para tapar las deformaciones acumuladas por una revolución que fue perdiendo encanto y apilando capas generacionales de frustración y descontento. Limitarnos a hacer proclamas enfervorizadas contra de la maldita dictadura cubana o contra el fucking bloqueo yanqui nos deja sin saber lo que de veras pasa y, en consecuencia, sin entender a quién le importa Cuba y, en última instancia, para qué le interesa meter el tema en la discusión doméstica.

La Cuestión Cuba no es una película de buenos y malos. Es una historia real de grandes y pequeños, donde el tamaño carece de importancia para definir quién es el dueño de la verdad. Cuba es el resultado del asfixiante bloqueo estadounidense y el abrazo del oso soviético, que apenas la dejó respirar durante tres décadas completas. El tema es que, muerto el oso, no se acabó la rabia: el bloqueo se agravó. 

¿Funcionaría algo que no fuese un régimen de partido único y control estatal centralizado y vertical para repartir lo poco que naturalmente produce Cuba?
¿Estamos seguros de que con encarar una democracia tipo la nuestra se resolverían los problemas de los cubanos?

Es un error de base pretender que Cuba sea México, Brasil o la Argentina. Y ni hablemos, por supuesto, de compararla con los Estados Unidos. Si Cuba cambiara de régimen, hoy por hoy no podría aspirar a ser más que Puerto Rico, en un extremo, que es el estado norteamericano con la mayor brecha de pobreza; y su infierno más temido, en el otro extremo, vendría a ser Haití, que vive siempre al borde de dejar de ser eso que más o menos normalmente consideramos un país.

A Cuba le pasa lo que les está pasando a todos: la pandemia y sus efectos complicaron al extremo los problemas que tenían, que, en su caso, ya eran extremos. Y que, en la última etapa, venían teniendo que ver con los pasos que decidió ir dando Cuba para encarar una vía capitalista del comunismo, pero no al estilo chino, sino a lo Vietnam. Otra vez la cuestión de tamaños.

La pandemia los partió al medio, pero no en principio por cantidad de contagiados y muertos, que en Cuba fueron relativamente pocos, un poco porque una isla es más fácil de aislar y otro poco porque su política sanitaria sigue siendo un ejemplo a estudiar, aun así de deteriorada como está. El tema es que el Covid-19 obligó a cerrar fronteras y eso paralizó el turismo, que es su industria más desarrollada, y generó un bloqueo en medio del bloqueo que hizo caer la economía en la franja del 10% en cuestión de meses. En picada. Cuando decidieron reabrir la actividad, hace muy poco, porque la cosa no daba para más y tenían pocos infectados y vacuna propia casi aprobada, con el turismo se les vino la Variante Delta y los casos subieron, por primera vez, en vertical. Enfermedad, carestía, desabastecimiento y redes sociales condimentan un guiso que puede complicar al oficialismo más pintado. 

Y no es el caso. Nada de esto exculpa de sus despropósitos a una clase dirigente político-militar que a lo largo de seis décadas pasó a funcionar como casta dominante. Es el resultado que siempre arrojaron los regímenes híper personalistas que, en su despliegue de liderazgos místicos contra el enemigo enorme y voraz, por anular la competencia terminan envejeciendo sin recambios verdaderamente renovadores.

En lo que a nosotros concierne, concluir en que el problema de Cuba es que se trata de una “dictadura y punto” o de un “bloqueo y basta”, no contribuye a abrir la conversación sobre la libertad, la democracia y la equidad, que el Siglo XX no resolvió y deberían marcar la agenda del Siglo XXI. Y, ahora, pandemia mediante. Los extremismos irreflexivos cierran más la discusión, si es que no la anulan. Como si de este lado del océano estuviéramos gozando la fresca viruta en el mejor de los mundos, con todo clarísimo en el camino de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Hablaría muy bien de nosotros condenar el bloqueo inhumano contra Cuba y, al mismo tiempo, requerir que las autoridades cubanas no empeoren una situación social desesperante con brotes de paranoia represiva. Condenar el autoritarismo de los enemigos y hacer la vista gorda con los atropellos perpetrados por los amigos no se llama libertad ni justicia: se llama fanatismo estéril al cuadrado.

por Edi Zunino

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