Friday 29 de March de 2024
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Pequeñas historias de la historia grande: Revolución industrial

PODCASTS | | 29 de May 12:30

A comienzos del siglo 18, la humanidad llevaba una vida rural muy similar a la de sus últimos 10.000 años. Desde que decidimos cambiar una rutina de cazadores y recolectores nómadas, por la de agricultores y ganaderos sedentarios, mucho más no había cambiado la cosa. La mayoría de las actividades comenzaban con la salida del sol y para el atardecer ya estábamos guardados prontos a descansar. Sin embargo, ya a finales del siglo 18 encontramos pinturas de la época que reflejan cómo algunas ciudades de Inglaterra pasaban las noches enteramente iluminadas debido a las llamaradas que sus hornos siderúrgicos producían las 24 horas. ¿Qué acontecimientos habían dado lugar a semejante cambio en menos de 100 años, en la vida de los ingleses y que pronto viviría el mundo entero?    

Para el comienzo del 1700 la gran mayoría de las personas sólo podían darse el lujo de gastar dinero en tres cosas: construir su casa, comprar comida y adquirir telas para su ropa de abrigo. Si uno era comerciante y quería llegar a un público masivo, debía apuntar a la venta de vestimenta. Así, por entonces comenzó en Inglaterra un circuito donde los comerciantes compraban algodón, se lo llevaban a campesinos para que en sus ratos libres tejieran y pasado unos meses retiraban la producción para venderla en los pueblos. Sin embargo, la logística era un gran problema. Dado el contexto rural de los fabricantes de vestimenta, se destinaba mucho esfuerzo en llevar la materia prima a su domicilio y pasar después a retirarla una vez confeccionada. Pronto a alguien se le ocurrió llevar a esos campesinos a trabajar bajo un mismo techo. Las ventajas eran gigantescas: al estar todos juntos, podían dividirse las tareas y cada campesino trabajar en lo que era más hábil. Conclusión: se confeccionaba más rápido, produciéndose más y a menor costo dada la concentración de mano de obra. El mercado recibió con los brazos abiertos los productos de estas primeras fábricas y así, su consumo aumentó exponencialmente.

Se suele creer que la revolución industrial fue explosiva, inmediata. Pero duró décadas. Las revoluciones políticas pueden tener un año en particular, como la francesa de 1789, pero no necesariamente las económicas. Hoy en día los historiadores acuerdan que fue en la década de 1780 que se llegaron a ver las primeras consecuencias de la revolución industrial.

Pero volvamos a aquellas primeras fábricas inglesas llenas de ex campesinos devenidos en obreros. Incluso trabajando manualmente 16 horas por día, hombres, mujeres y claro niños; la mano de obra pronto no dio abasto y el mercado seguía demandando. Es entonces cuando se comienza a recurrir a la automatización, incorporando máquinas que hilan, tejen y cosen mucho más rápido que los obreros. Así, descubrimos que no fueron las máquinas las que originaron la revolución industrial, sino una consecuencia de ella.

Es curioso saber que no fue Inglaterra la primera en descubrir la producción masiva de bienes. Siglos antes, tanto Alemania como Italia y los Países Bajos habían tenido un despegue similar al inglés del siglo 18, volcando al mercado gran cantidad de textiles. De hecho recursos que favorecen la producción masiva, como los créditos bancarios, ya eran comunes en la Italia del siglo 15 siendo la base de la fortuna de la familia Medici. 

Sin embargo todos estos intentos de Europa continental habían quedado truncos, debido a que una vez saturado el mercado local no habían tenido nuevos clientes a quién más venderle. Pero en el siglo 18, cuando Inglaterra saturó su mercado, levantó la vista hacia otros continentes y con felicidad encontró dónde llevar y vender todo su excedente de producción. Por entonces, Hispanoamérica ya contaba con 15 millones de habitantes y estaba en pleno crecimiento. Y si bien la corona española prohibía el comercio con otro puerto que no fuera el propio de Sevilla, los hispanoamericanos se quejaban de que ese monopolio encarecía mucho los precios de los bienes europeos que llegaban a sus tierras. Así, Inglaterra encontró la veta para vender por medio del contrabando.

Los puertos hispanoamericanos como por ejemplo el de Buenos Aires, recibían en un secreto a voces, los bienes de la revolución industrial inglesa a un precio muy beneficioso. Incluso el comercio era de ida y vuelta ya que desde América llegaban a puertos ingleses materias primas tan dispares como cacao, tabaco, azúcar y especialmente cueros. 

Hoy en día se cree que sin el mercado hispanoamericano, la revolución industrial inglesa hubiera fracasado como lo habían hecho siglos anteriores alemanes, italianos y neerlandeses.
 

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