Friday 29 de March de 2024
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Pequeñas historias de la historia grande: Hipódromo de Palermo

PODCASTS | Por Esteban Nigro | 26 de October 18:52

Para finales del siglo XIX las familias acomodadas de un Buenos Aires próspero, estaban ávidas de una actividad social en la cual pudieran relacionarse. Y siempre atentas a lo que sucedía en Europa, se les ocurrió traer a estas tierras un deporte inglés muy de moda por entonces denominado Turf, o mejor dicho en español césped. El pasatiempo consistía en carreras de caballo alrededor de una pista, conducidos por jinetes llamados jockeys. Pero atención, no era una actividad sencilla, un pura sangre traído de Inglaterra por aquel entonces, costaba diez veces el valor del mejor toro galardonado en la Sociedad Rural Argentina. Comenzaba así a finales del siglo 19 una actividad que revolucionaría por muchos años la vida social porteña.

En 1870, dentro de los límites de la ciudad de Buenos Aires ya existían dos hipódromos: uno en Nuñez y otro en Belgrano. Y para 1876 se fundó uno nuevo que tal vez reconozcamos hoy muy fácil: el Hipódromo Argentino de Palermo. Rápidamente, con la presencia de tantos lugares donde asistir a las carreras, la elite porteña y, dado su acceso irrestricto a las apuestas, todas las clases sociales tomaron al Turf como su actividad predilecta. Relatos de la época nos hacen dar una idea que por entonces generaba la misma pasión como lo es el fútbol hoy.

Pero, vale preguntarse, ¿por qué? Bueno, imaginemos que a finales siglo 19, todos los autos que vemos en las calles hoy en día, eran caballos. Cualquiera sabía lo que era un caballo, porque poseía uno o más. Incluso hay fotos de época donde se puede ver en aquel Buenos Aires personas indigentes con varios caballos apostados a su lado. ¿Se imaginan entonces el atractivo de poder ver en hipódromos caballos compitiendo, pero de los que jamás uno encontraría en la calle? Creo que por entonces era lo que es hoy para nosotros asistir a una carrera de fórmula 1 o un Rally Dakar.

Pero quería traer a cuento algo singular que ocurrió por aquellos primeros años del Turf Argentino. Resulta que para fines del siglo XIX el uso de vello facial, tanto sea bigote como barba, era algo muy preciado por los hombres. Era una imagen del “hombre libre”. ¿Por qué? Porque todo aquel que trabajara para alguien, por ejemplo un mozo, debía afeitarse. Basta recordar de estas épocas a Carlos Pellegrini con sus frondosos bigotes como ejemplo. O tal vez recuerden en la película Titanic, quiénes tenían vello facial y quienes no. Tan importante era esto, que por entonces existía una ordenanza municipal que establecía que todo policía porteño debía usar sí o sí bigote o barba.

Y volviendo a nuestros hipódromos, imaginemos que los dueños de los caballos claramente usaban bigote también. Pero, pero… había algo que a estos dueños les molestaba. En las carreras cada fin de semana se lucían no sólo sus caballos, sino también los jockeys que conducían a los primeros. Y como por entonces los jockeys eran considerados sirvientes, no les empezó a gustar nada cuando éstos comenzaron a cobrar importancia pública. Teniendo esta situación entre cejas, no tuvieron mejor idea que para bajarles el copete prohibirles festejar los triunfos en la pista, uniformizarlos y… atención… ¡impedirles tener vello facial! Estalló entonces un reclamo por parte de los damnificados y que tal vez muy pocos recuerden: la denominada “huelga del bigote” sucedida en 1893. Pero, vaya novedad, por entonces los dueños de los caballos se impusieron y los jockeys tuvieron que acatar la resolución.

Esos primeros años fueron difíciles para nuestros jockeys, pero afortunadamente su suerte iba a cambiar en el siglo 20. Pero eso es parte de otra historia… que con gusto la conoceremos la próxima.

Más historias como estas en el instagram @mateenmano o en la página parandolaoreja.wordpress.com

por Esteban Nigro

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