En la cuenta regresiva electoral, Horacio Rodríguez Larreta presentó un operativo sanitario para que la mayor cantidad de porteños vayan a votar sin miedo a la pandemia. Por esas ironías del marketing político, el plan fue bautizado oficialmente como “Elecciones Seguras”: justamente en este turno electoral, que de seguro tiene poco y nada.
El factor de inseguridad más obvio de estas PASO es el clima de apatía que pronostican los encuestadores, lo cual alimenta el miedo a una volatilidad comicial estruendosa. Tanto es así, que se puso de moda la figura del “cisne negro”, para metaforizar un posible escenario sorpresivo y acaso catastrófico.
Este ambiente enrarecido parece el menos confiable para un dirigente de look “moderado” como Larreta, que supuestamente se juega sus chances presidenciables para 2023 en esta votación.
Podría decirse que el intendente porteño padece del mismo mal que Alberto Fernández, en esta campaña tan accidentada y retorcida: no hay resultado que los libere claramente de sus respectivas tutelas políticas.
Si al Frente de Todos le va mal en las elecciones, el cristinismo podrá interpretarlo como un fracaso albertista. Pero si le va muy bien, siempre podrán decir que la intervención de la vicepresidenta salvó la campaña de una gestión fallida.
Del mismo modo, Larreta podría ser culpado por un desempeño gris de la lista encabezada por María Eugenia Vidal en CABA, pero también por una derrota de su enviado a la Provincia, Diego Santilli.
En cambio, si al PRO le va bien en el AMBA, ¿cómo evitar que el ultramacrismo que no baja las banderas pondere el regreso del expresidente como un salvataje decisivo de la campaña opositora?
El dilema interpretativo se complejiza con los resultados de la interna de Juntos con candidatos radicales. Pase lo que pase, las PASO no aclaran nada: más bien, oscurecen.
por Silvio Santamarina
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